|| Tres ||

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—Lo digo en serio —comentó mientras llevaba un pedazo de comida a su boca y la masticaba.

—Sólo hago lo que cualquiera haría —negó el profesor encogiéndose de hombros.

—Por favor, llevo acompañándote en tus clases cinco veces y nunca he visto a un maestro tratar así a sus alumnos...

—Pues están haciendo mal —restó importancia llevando un pedazo de carne a sus labios—, cualquiera haría eso en mi lugar —metió el alimento a su boca, disfrutando del jugoso filete cuando éste tocó su lengua.

—¿Y qué me dices de la señorita Brooks? Eres muy amable con ella, la tratas como si fuera tu hija —preguntó Tom mientras sonreía.

Ya habían pasado cinco semanas desde que conoció a Harry y no podía estar más fascinado con el joven, quien ya había terminado su tesis y ahora sólo esperaba sus resultados. Tom nunca había encontrado una persona tan amable, inteligente y hermosa al mismo tiempo, ni se diga lo interesante que llegaba a ser.

—Oh, Elizabeth Brooks es un caso especial —comentó encogiéndose de hombros—, está en la escuela por una beca académica y otra socioeconómica. Se podría decir que la he apadrinado desde que llegó —guiñó un ojo coqueto. Esos coqueteos habían estado presentes desde la segunda semana, cuando Harry le empezó a corresponder a los de Tom—: sus padres murieron y sus hermanos se fueron a vivir con una de sus tías, pero ella no pudo ya que, bueno, consiguió la beca  y todo eso. El único problema fue conseguir una habitación libre dentro de los dormitorios de Hogwarts, y ahí fue cuando la tomé bajo mi ala... Realmente tiene mucho potencial.

—¿Qué va a estudiar? —cuestionó Tom elevando una ceja mientras jugaba con los dedos del contrario con su mano libre.

—Creo que quiere estudiar dos carreras, Letras y Relaciones Internacionales —se encogió de hombros apretando suavemente sus dedos—. Tiene un excelente promedio. —Tom sonrió con cariño al ver la pasión con la que hablaba Harry, hasta había llegado a un punto de no saber si sentía celos o adoración. Harry James Potter era lo que siempre había deseado y lo que no puede tener, y eso le molestaba— ¿A ti cómo te va con la compañía?

—Nada especial, el director del Departamento de Relaciones Públicas renunció ya que su esposa quedó embarazada, así que estamos buscando uno nuevo... También estoy planeando comprar una cafetería, pero el dueño no está dispuesto a soltarla completamente —se encogió de hombros—. Típicos problemas con los que me he enfrentado desde hace años.

Harry rió ante eso y lo miró con admiración. Tom amaba que lo viera así, pero quería todavía más, mucho más.

—¿Quieres postre? —preguntó acariciando la palma de su mano. El azabache se sonrojó ante eso.

—No creo poder alcanzar, Draco me pidió estar en casa a las seis para ir a no-sé-dónde —declaró suspirando—, eso y que no me gusta que gastes tanto conmigo, Tom..

—Sabes que el dinero no es un problema —interrumpió con un poco de esperanza—. Son las cinco treinta, si vamos a tu casa en carro llegamos en diez minutos.

—Pero no voy a ir en carro... No —negó mordiéndose el labio—, no tienes porqué llevarme. Realmente estoy bien yendo en bus...

—Vamos, Harry —insistió—. Me gusta gastar en ti, en tu felicidad...

—Un helado en el parque —sugirió cortando lo que decía mientras luchaba con el sonrojo que quería extenderse por su rostro. Tom abrió su boca para replicar, pero el ojiverde lo cayó con rapidez—: no necesitas gastar mucho en mÍ para hacerme feliz. Sólo hace falta tu presencia, Tom.

Y Tom se sintió con ganas de explotar, gritar, saltar y bailar como una maldita colegiala.

—Bien, señor Potter —fue lo único capaz de decir, dejando que una sonrisa pícara se saliera de sus labios—. Pídeme el mundo y lo tendrás a tus pies —susurró llevando la mano de éste a sus labios y besando sus nudillos.

Antes de que Harry pudiera arrepentirse, Tom llamó al camarero y pidió la cuenta para poder salir minutos después al parque que, gracias a su suerte, se encontraba cruzando la calle del hermoso restaurante. El empresario se acercó a un señor que vendía helados en un carrito y le dijo a Harry que eligiera los sabores de su helado. El joven se rió de Tom por un ligero momento diciendo que era lo más normal que habían hecho juntos desde que se conocieron.

—Realmente, siempre quieres algo ultra especial —comentó riendo mientras sostenía su helado de avellanas.

—Lo mejor para mi profesor favorito, ¿no? —cuestionó robando una pequeña lamida del helado contrario, recibiendo una queja y un puchero ante eso.

—Yo no necesito algo especial —negó riendo—, puede que sólo quiera algo especial, pero lo tengo justo a mi lado.

Tom lo miró a los ojos un largo momento, los ojos verdes le correspondieron la mirada y le soltaron una leve sonrisa, de esas sonrisas que te llenan de ternura y hacen que un volcán estalle en tu pecho, lleno de felicidad y cariño. El ojiazul no pudo hacer otra cosa que mirarlo por un largo tiempo.

El helado del menor se empezó a derretir y, justo en ese momento, sus miradas se separaron. Las mejillas del azabache empezaron a tornarse de un ligero rosado segundos antes de darle una pequeña lamida a su helado, tratando que éste no se derritiera más de la cuenta.

Tom rió al ver que un pedazo del helado manchaba la pequeña nariz de su acompañante. Sólo negó con la cabeza y acercó su servilleta para quitarla.

—Oh, gracias —susurró el menor mirando la punta de su nariz y luego al empresario—. Siempre me pasa y nunca me doy cuenta, Draco dice que soy muy distraíd...

Los labios del mayor le callaron momentáneamente, atrapando a los contrarios con suavidad.

—No me gusta que hables de Draco cuando estás conmigo —susurró sobre sus labios para luego volver a besarlos, recibiendo un ligero movimiento en los contrario, correspondiendo con calidez y armonía.

—Lo siento —contestó el contrario una vez que se separaron. Tom sonrió.

—Sí, siéntelo —murmuró sonriendo, para ser el primero beso que se daban no estaba mal, ¿verdad?—... Siénteme.

Y volvió a juntar sus labios. El joven profesor rió ante eso y colocó su mano en la mejilla del pelinegro, haciendo más íntimo la acción. Tom sólo pasó su mano por la nuca de Harry, acercándolo más a sí.

Nunca se hubiera imaginado que estar cerca de alguien sería tan cómodo y tranquilizador.

Un ligero beep beep los sacó de su ensimismamiento y, separándose levemente, se miraron a los ojos.

—¿Qué hora es? —preguntó Harry deslizando su pulgar hacia la barbilla del mayor, dejando un ligero cosquilleo en ella.

—Las seis —contestó Tom tratándose de acercar nuevamente al maestro.

—¿Qué? —preguntó separándose y mirar a su alrededor— Maldición, voy a llegar tarde...

—Vamos, te llevo —gruñó lamiendo con despreocupación su derretido helado, tratando de contener la ira dentro de sí.

Harry lo miró con una sonrisa apenada, como si se disculpara con ella, él sólo negó y sonrió, estirando su mano hacia el azabache, quien no dudó en agarrarla y entrelazar sus dedos con los contrarios.

El amante.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora