2 de Julio de 2012.

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2 de Julio de 2012.

Vysenya.

Bueno, las cosas no parecen ir tan mal, ¿eh?

¿Qué digo? Si está todo la mar de perfecto. Es decir, estoy en un edificio, con habitación propia, en un silencio relajante que me ha dejado pensar distintas cosas en estos días, como por ejemplo cómo hace Superman para cortarse las uñas, y qué pasaría si a Strucker le meto una patada en los dientes.

Ahora enserio, esto es una completa mierda.

Intento peinarme el cabello y acomodarlo de manera tal que parezca que estoy peinada, a pesar de que no tengo un espejo dónde mirarme. Parece que al momento de armar estas instalaciones, los de Hydra se olvidaron de ponerme muebles. Me pregunté si la habitación de Eira sería igual (y gracias a eso se me acaba de encoger el corazón), y luego he pensado que quizás, solo quizás, lo de los muebles estuviera bien pensado, aunque fuera solo para mí. Es decir, con mis corridas me había chocado varias veces contra las paredes, y ya con eso me había hecho bastante daño; imagínate dándote de lleno en la cara con un espejo. Eso sí que no iba a ser lindo.

Regresé de mis pensamientos a la realidad cuando una pequeña compuerta en la parte baja de mi puerta se abrió y alguien al otro lado pasaba una bandeja de comida por el hueco. Escuché a un hombre (esperaba que lo fuera) anunciándome algo de lo que seguramente yo no me había percatado todavía:

―Aquí está tu comida.

Gracias, señor, no sé qué haría sin usted.

Miré la bandeja y luego giré lentamente la vista para quedarme de cara a aquella cámara empotrada en la pared. La miré seriamente, como queriendo mirar a mis padres a través del lente, y luego descrucé las piernas y apoyé los pies en el piso. Estaba frío, pero por lo menos ya no tenía el maldito camisón, sino pantalones y camiseta, cosa que me hacía estar más cubierta y no sentir tanto la baja temperatura.

Me levanté lentamente y miré la bandeja. Iba a caminar para tomarla como una persona normal, pero parecía que mi cuerpo había tenido otra idea, porque al momento de dar un paso salí a toda velocidad y me di de frente contra la puerta. Solté un quejido mientras separaba mi mente de aquél metal frío y veía aquella luz roja extraña extinguirse. Por lo menos había tenido la suerte de no pisar mi comida, cosa que me había pasado unos días atrás y aunque le había explicado al tipo de afuera lo que había hecho, me la había tenido que zampar igual. Estaba buena, dentro de lo que cabría esperar, aunque no podía quitarme la sensación de que sabía un poco a pies.

Creo que era en parte por esos arranques de corridas que habían cambiado mi insulso camisón por unos pantalones. Es decir, ¿qué clase de comodidad puede haber en correr con una cosa del estilo? Había tenido algunas caídas gracias a que se me había enredado la tela en las piernas, así que sé de lo que estoy hablando.

Además, ayer me habían dejado bañarme, cosa que nunca pensé que se iba a sentir tan bien. Digamos que en casa, antes de que pasara todo esto, Alex y yo éramos de los que nos quedábamos jugando en algún campo con barro (Gales está rodeado de campos), y después había casi que amenazarnos para que nos fuéramos a bañar; por lo que era raro que me gustara tanto haberme metido en la ducha, pero lo cierto es que luego de casi una semana yendo de habitación en habitación, tenía que admitir que ya empezaba a apestar.

Pensar en Alex hizo que se me encogiera el corazón. ¿Dónde estaba mi hermanito? ¿Estaría bien? ¿Lo estarían tratando bien? Como el señor Strucker o mis padres le hubieran hecho algo los mataba a todos de un solo movimiento.

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