5 de Julio de 2012.

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5 de Julio de 2012.

Vysenya.

―¿Eira? ¡Eira! ¿Dónde estás?

La había visto, juro que la había visto, corriendo hacia el fondo del pasillo, como si escapara de algo. Había decidido salir de mi habitación porque había escuchado ruidos, y la había visto a ella venir hacia mí, aunque pareció no verme, ya que pasó por mi lado y siguió corriendo como alma que llevaba el diablo. Convengamos también que yo tan solo había entreabierto mi puerta, así que era muy probable que por eso no me hubiera visto.

No sabía qué era lo que le pasaba, pero la seguí. Quería verla. Era mi hermana, mi gemela, y habíamos estado separadas tanto tiempo que no me hacía a la idea de que la hubiera tenido tan cerca. Incluso Strucker había insinuado que no íbamos a vernos más, y con eso se me había encogido el alma.

Pero éramos las gemelas Blevins, y la sangre llamaba a la sangre, por lo que nada ni nadie nos iba a mantener separadas demasiado tiempo, como acababa de ser demostrado al ver a mi hermana corriendo pasillo abajo.

Íbamos a volver a estar juntas por fin. Y luego recuperaríamos a Alex y nos iríamos de este maldito recinto, sin volver a ver a nuestros padres jamás.

Por fin.

Intenté invocar mi poder para correr más rápido, pero parecía que cuando yo quería correr, a mi cuerpo no se le antojaba. Por más que hiciera esfuerzos, el impulso no venía, pero eso no me impidió seguir corriendo.

Recorrí una serie de pasillos laberinticos, escaleras interminables y varios pisos hasta dar con un pabellón poco iluminado. No había una sola luz prendida, y por fuera tampoco entraba ningún rayo a excepción del que proyectaba la luna. Debía ser de madrugada, a juzgar por la negrura de fuera. Además, recordaba haberme dormido, y sentía el paso de las horas en mi descanso.

De por sí, aquel pabellón me daba bastante miedo. Tenía pinta de ser muy grande, y la oscuridad parecía querer tragarte, ahí frente a ti, estirando sus brazos para envolverte. Iba a volver sobre mis pasos, segura de que me había perdido, cuando de repente la escuché:

―¡Alex! ¿Dónde estás? ¡Alex!

Era la voz de Eira, de eso no cabía duda. No podía ser otra, la reconocería en cualquier parte.

Y venía de delante.

Me interné en aquella negrura sin el miedo anterior. Quería encontrar a mi hermana, quería llevarla conmigo a mi habitación y protegerla de lo que fuera que estuviera huyendo y de lo que fuera que fueran a hacerle ahora que había escapado de donde la retenían.

Corrí sin dirección alguna en esa negrura compacta, sin saber si estaba dando vueltas en círculos o no. Seguía escuchando a Eira llamar a nuestro hermano, pero no sabía de dónde provenía su voz. De repente, alcé la voz y grité:

―¡Eira! ¡Eira, dime dónde estás!

Todo se hizo silencio de repente, y temí que por mi culpa la hubieran atrapado. Me giré en redondo y me paré en seco. Un halo de luz que no sabía de dónde provenía iluminaba dos figuras que estaban paradas delante de mí, proyectando sombras sobre sus rostros, sobre el cabello castaño y hasta los hombros de ella, y sobre el rubio de él, haciéndolos espeluznantes por alguna razón. Pero a pesar de aquella visión, no pude evitar soltar un sollozo al ver a mis dos hermanos, libres, juntos, frente a mí.

Sonreí y me acerqué a ambos, pero a medida que lo hacía, noté que Eira tomaba a mi hermano del hombro y hacía que caminase hacia atrás, alejándolo de mí, con una mueca lúgubre en el rostro. Fruncí el ceño y me detuve, haciendo que ellos hicieran lo mismo.

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