14 de julio de 2012.

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14 de Julio de 2012.

Primera parte: Vysenya

Blanco. Lo único que puedo ver es blanco. No me puedo ver las manos, no se me acostumbran los ojos.

Y eso sí: no escucho una puta mierda. Tengo un zumbido desde que dejaron de poner música, y tengo la sensación de que el volumen me afectó los oídos. No escucho bien, pero en todo caso, ¿qué tendría que escuchar? No hay un solo sonido en la habitación.

El silencio me rodea. Cada vez que muevo, cada vez que respiro es como si le diera un golpe a una chapa. Todo es demasiado estruendoso, así que me quedo quieta en un rincón, sin moverme. El silencio es pesado, es inquietante, me hace no querer hablar.

Y la blancura del lugar me hace escocer los ojos. Me llorarían, si tuviera agua en el cuerpo para ello. Esa ya se me agotó hace tres días.

Sin previo aviso, encendieron las luces, y el brillo fue tan fuerte y tan repentino que me quedé ciega por un rato. Cuando me recompuse, con lágrimas aun en las comisuras de los párpados, observé a mi alrededor y vi que aquella habitación era más grande que la mía. Sin camas, ni ventanas. Solo una puerta de metal de apariencia más grueso que el de mi habitación, sin rendijas ni nada.

No fue hasta dos horas después que me di cuenta que la música se había terminado también. ¿Y cómo me di cuenta? Porque me quedé dormida de un momento para el otro. Después de despertarme y no entender cómo había llegado a dormirme tanto tiempo, escuché por primera vez el silencio. Tenía un zumbido en los oídos, pero la música estridente se había acabado.

Recuerdo que lloré de la emoción. Recuerdo que estaba demasiado feliz porque la música se hubiera apagado. Recuerdo haber pensado que todo iba a mejorar.

Pero eso fue hasta que el silencio se volvió insufrible.

El silencio que había ahora en la habitación no era el silencio que había en los campos de Gales por la tarde. En este lugar no había un solo sonido. No. Había. Un puto. Sonido. Configuraron esta cámara para que cualquier disturbio quedara fuera... y para que cualquier sonido que yo hiciera retumbara y me hiciera temblar hasta los huesos.

Cada respiración, cada roce de piel, cada movimiento, cada pisada, el tragar saliva, el latir de mi corazón, incluso cada parpadeo, lo sentía como un trueno, como si tuviera una tormenta encima. Pero eso fue hasta el segundo día, cuando pude acostumbrarme por fin.

No fue hasta ese momento en que me di cuenta de que estaba desnuda.

Me había pasado el primer día durmiendo, recuperando fuerzas, y demasiado atontada por la luz y la falta de sonido como para darme cuenta. Eso fue hasta observarme las piernas desnudas y verme la enorme cicatriz que tenía en una de ellas. Y en ese momento lo supe: estaba sin ropa.

Intenté cubrirme como pude, combatir el pánico que me invadía mientras luchaba por mantener cada palmo de mi piel cubierto, ya fuera por mi cabello o por mis brazos. Alguien me había desnudado. Alguien me había quitado la ropa. Alguien me había visto desnuda y completamente entera antes de meterme ahí dentro. Y estaba segura de que mis padres no se habían molestado en ser ellos los que me quitaran la ropa.

Me sentía violada. ¿Alguien me habría tocado? Recuerdo haber estado inconsciente. Y estoy segura de haber estado desnuda mientras estaba la habitación a oscuras y la música estridente. ¿Y si alguien... y si alguien se había aprovechado de mí? ¿Y si alguien me había tocado? No podía sacarme la idea de la cabeza. Y lo peor de todo era que nunca recibiría respuesta. Nadie me diría nunca si algo había pasado. Y no lo sentiría tampoco en el cuerpo.

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