-Traes muchas cosas…- inquirió Caleb, levantando la maleta sobre los escalones del porche. Quién lo diría, si podía con una mano y parecía que le sobraban fuerzas para llevar siete maletas iguales.
-Así somos las chicas- respondí con desgana. Los tablones de madera crujían bajo nuestros pies. Me subí las gafas de sol mirando el techo. Lo recordaba mucho más alto. O sea, no se podía decir que fuera bajo, pero lo recordaba descomunal, inmenso, como un castillo. De hecho, cuando era más pequeña, solía jugar a que esa era mi torre rodeada por un foso con enormes monstruos y cocodrilos. Ahora solo eran tres escalones y una barandilla con pintura descascarillada.
Caleb sacó el manojo de llaves y lo introdujo en la cerradura. Forcejeó un poco pero la puerta al final cedió. Me eché un poco en cara el hecho de no sentir ningún tipo de emoción, ningún tipo de alteración. Miraba a mi alrededor esforzándome en recordar cosas bonitas que había vivido en el jardín, pero no me decían nada. Era como contemplar la vida de otra persona.
Siempre he sido muy de echarme cosas en cara.
Seguí a Caleb al interior de la casa y pensé que él si me seguía pareciendo un gigante pese a que yo había crecido. Debía medir, ¿qué? ¿Dos metros? No sería exagerar. Tenía además los hombros muy anchos y los brazos fuertes, se notaba que hacía ejercicio desde mucho tiempo atrás. Llevaba el pelo algo largo y esa barba descuidada de tres días. No nos parecíamos mucho, pensé. En realidad no nos parecemos nada. Se volvió antes de que me diera cuenta y me pilló mirándole. Creo que los dos nos sentimos incómodos.
-Está un poco diferente a cuando te fuiste…- masculló. Dejó mi maleta en el suelo y se frotó la nuca con una mano.
-Está bien- respondí, aunque tampoco sonó muy reconfortante. Yo no era una persona que supiera mucho de reconfortar en realidad.- En serio, es guay.
A ver, que tampoco estaba mal. No especialmente bien, pero tampoco mal. El suelo seguía teniendo esa moqueta de color verde oscuro, las paredes eran de una especie de gris bastante feo. La tele parecía nueva y era grande, había un par de sofás que no eran demasiado llamativos y una mesa de te. Era funcional, la casa de un tío.
-No esperaba que eso siguiera ahí- indiqué, de golpe, mirando el alto reloj de cuco que se escondía en una esquina, como intentando pasar desapercibido. No lo conseguía, desde luego. Me acerqué al viejo armatoste y deslicé los dedos por la superficie pulida. La madera seguía siendo oscura y, aunque tenía esa apariencia desgastada, parecía limpio.
-Sí, se estropeó hace unos años y no he conseguido ponerlo en marcha. Me dio pena tirarlo y tampoco molesta- respondió. Yo sonreí, aprovechando que estaba de espaldas a él.- ¿Te encuentras bien? ¿Necesitas sentarte o algo?
-No, no. Solo estoy cansada. Dormiré un rato si tienes que ir a trabajar.
-Debería, pero puedo quedarme.
-No hace falta. Ya has perdido bastantes días. No pasa nada, estaré bien. De verdad- añadí, al ver que enarcaba una ceja. Era un gesto muy suyo ese, o eso creía recordar yo.
-Tendrías que comer algo antes también- dijo.- Volveré tarde pero si necesitas cualquier cosa solo llámame, ¿de acuerdo?
-Estaré bien. Oye, puedo con eso yo sola- añadí, al ver que agarraba de nuevo la maleta. Hizo un gesto con la otra mano para indicarme que no importaba o algo así y comenzó a subir los escalones hacia el piso superior. Me mordí los labios como sin saber qué hacer. Es que en realidad no sabía qué hacer.
Miré alrededor con más curiosidad que asombro. Bueno, no había cambiado mucho. Todo estaba más ordenado. Me acerqué a la cocina, un cuartucho pequeño con una mesa plegable y dos sillas. Había una cafetera, un micro y poco más. Una casa de tíos, seguro que Caleb no cocinaba mucho.
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Junk of the heart
Teen FictionA April le va un poco regular. Tras recibir una paliza por parte de unos camellos que buscaban a su madre los servicios sociales le dan dos opciones: o esperar a cumplir los 18 en una casa de acogida o volver con su hermano Caleb, al que lleva casi...