Crucé el campo de rugby y pasé el pabellón de deportes. Al otro lado había una verja metálica pero no parecía muy consistente. A ver si iba a ser verdad eso que decían de los de Detroit. Al otro lado había unos árboles y unos cuantos arbustos y más allá una carretera seguida de montón de huertas que se amontonaban unas sobre otras. Parecían como encajadas en un puzzle raro, con casetas destartaladas y sin ningún orden aparente.
Paré, respirando profundamente. Me dejé caer al suelo, sobre el césped verde y mullido. Se estaba fresco, había sombra. El instituto se veía suficientemente lejos.
Me habría gustado más ir a un bar. Y emborracharme o algo. Que a mi normalmente para emborracharme solo me hacían falta dos copas, pero estaba bien. Era una inversión razonable para una felicidad fingida.
No sabía dónde había ningún bar y no me apetecía buscarlo. Me puse las gafas de sol. Tampoco quería volver a casa. Me tumbé un rato allí, al arrullo de las ramas de los árboles. Se estaba muy bien, de verdad. Era relajante.
A lo mejor los veranos allí habrían estado guay. Seguro que había uno de esos lagos cerca donde iban los amigos a festivales de música o algo así. Esas fotos que salen en tumblr y en las que todo el mundo parece feliz.
Me incorporé después de unas dos horas, resoplando. No lo parezco, pero en realidad soy bastante huraña. No me interesan las personas aunque siempre sonría y sea amable con la gente. En realidad no valgo para tener amigos; no me interesan. Sus problemas. Sus cosas. No sé.
Coloqué un cuaderno en el suelo y comencé a liar el porro. Ahí se terminaba mi última reserva de maría. Me mordí los labios: tenía que haber comprado más. Al principio lo hacía, era previsora, pero luego me hice con un camello demasiado guay.
Cuando llamaba a LeBlanc él siempre estaba disponible. O sea, no era para menos, ¿eh? Me gastaba una pasta y su producto no era precisamente barato. Era en lo único en lo que me gustaba gastarme dinero, en marihuana. La ropa, la luz, todo lo demás podía apañarlo de cualquier manera. Pero la droga siempre tenía que ser buena. La droga y la comida.
Se me daba muy guay cocinar, también. Pero las mates no. Dios, había perdido casi un mes de clases. Tenía que empezar con eso ya. Dios, qué agobio.
Di una primera calada larga y profunda. ¿Estaría feo preguntarle a Caleb sobre donde pillar? Tampoco es que fuera a meterme coca o heroína o LSD.
Solo un poco de maría para sobrevivir al sur. Cándidos sureños de mierda.
Puto sur de los cojones.
-No creía que pudieras cagarla más en menos tiempo- ni siquiera me volví. Era buena reconociendo voces.
-Bueno, yo creo que lo tuyo es denunciable. El acoso y eso- respondí.
-No eres demasiado original, este sitio es muy viejo. Aquí vienes cuando tienes doce años a pegarte tu primer lote. Tiene ese encanto.- Spencer se acercó. Llevaba de nuevo su mochila a cuestas.
-¿Qué quieres?- pregunté. Qué buena era esa hierva, joder. Me reconciliaba con el mundo.
-Pilla por aquí de paso. Mi casa. Y la tuya.
-¿En serio?- pregunté.
-Más allá.- señaló al otro lado de los huertos. No vi bien más que la silueta de unos tejados.- No más de diez minutos. Si no es dar un rodeo.
-Joder…- suspiré- …Gracias por decírmelo.
Se quedó unos segundos parado, como sin saber qué hacer. Me miró a mi y luego al porro. Yo no estaba segura de si quería o no que se quedara pero el canuto empezaba a hacer efecto, así que comenzaba a darme igual la vida y la muerte y todo.
ESTÁS LEYENDO
Junk of the heart
Teen FictionA April le va un poco regular. Tras recibir una paliza por parte de unos camellos que buscaban a su madre los servicios sociales le dan dos opciones: o esperar a cumplir los 18 en una casa de acogida o volver con su hermano Caleb, al que lleva casi...