Cuando las cosas no iban bien llamaban a George Farley. Mejor dicho, cuando las cosas no iban hacia ninguna parte llamaban a George Farley. Era uno de esos irlandeses que aún conservaban ese halo triste que se traían de Europa: en su forma de moverse, en su forma de mirar, cómo entrecerraba los ojos levemente cada vez que se concentraba. Era un hombre de pocas palabras y cada vez que su ropa se movía dejaba entrever una nueva cicatriz o la marca de un viejo golpe.
Trabajaba como detective en Tulsa y se encargaba de los casos más complicados, viajaba por todo el sur intentando resolver lo que los demás no podían.
Era meticuloso. Me tomó declaración, hablé de hasta el más mínimo detalle. Hablé de lo de Claire, de la expulsión y también de la tierra en el suelo. Hablé incluso de Helen y de Dakota, de las drogas que Leblanc me había regalado y que mi hermano no sabía nada de ellas. Hablé de muchas cosas que pensé que nunca le contaría a nadie, ¿pero cómo no iba a hacerlo?
Tenía que encontrar a mi hermano. Todo lo demás me daba igual.
Farley llamó a más policías y registraron mi casa. Me preguntaron más cosas. Analizaron la tierra que, quien fuera que había entrado, había dejado por todas partes. No había restos de sangre. La camioneta de Caleb estaba aparcada en el mismo sitio de siempre.
Colocaron esa cinta amarilla alrededor de mi casa y todos los vecinos miraban como si les fuera la vida en ello. A mi me daba igual el espectáculo, solo quería que él volviera.
La madre de Aaron se comprometió a hacerse cargo de mi. Yo la había visto algunas veces, cuando iba a estudiar a su casa. Era una mujer con aspecto frágil, los ojos muy azules y el pelo castaño atado en una coleta muy tirante. Era muy guapa y no super si era tan joven como parecía o si simplemente los años la habían tratado bien.
-No se preocupe- dijo, mientras me ponía las manos sobre los hombros y miraba al detective- yo me encargaré de ella. ¿Qué sentido tiene que la manden a una casa de acogida, si su hermana aparecerá pronto?
Agradecí ese gesto, aunque no me lo creí del todo. Ojalá fuera todo tan fácil. Tan sencillo.
Ni siquiera pude recoger mis cosas: algunas porque estaban destrozadas, otras porque las tenían que analizar. Mi casa estaba hasta arriba de maderos y Wolfowitz llegó tarde, con la cara enrojecida y visiblemente afectado. Lo lamenté por él.
En el transcurso de los días siguientes interrogaron a todo el mundo que tuvo algo que ver con Caleb y eso significaba a todo el mundo: el Nine Round no había sido un secreto para nadie. Desde Maggie, pasando por Fredo Sorrentino y su séquito de delincuentes hasta Candance. Pero, al parecer, nadie sabía qué había sido de mi hermano.
Me estaba volviendo loca.
Me quedé en casa de Aaron. Me gustaba porque no me hablaba mucho, pero por las noches venía a la cama y me abrazaba y yo a veces lloraba y a veces no. No quería saber absolutamente nada, solo que me dejaran en paz. Estar en silencio con el zumbido de mi cabeza.
Aaron y Spencer siguieron con sus exámenes, me habría parecido aún peor que no lo hicieran y en mis ratos de lucidez temía que lo mío les afectara para mal. Pero enseguida se me pasaba.
Lo único que hacía era mirar al vacío. Me costaba horrores comer, me costaba horrores dormir y si no fuera por unas pastillas que me daba la madre de mi amigo estaba segura de que no podría hacerlo. Tampoco salía, porque no soportaba las miradas de pena ni los comentarios ni a los cotilla que solo querían enterarse un poco de qué había ocurrido. Los rumores empezaron a correr como la pólvora: que si tráfico de drogas, que si abusaba de mi, que si fue a rendir cuentas con la mafia.

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Junk of the heart
Ficção AdolescenteA April le va un poco regular. Tras recibir una paliza por parte de unos camellos que buscaban a su madre los servicios sociales le dan dos opciones: o esperar a cumplir los 18 en una casa de acogida o volver con su hermano Caleb, al que lleva casi...