Epílogo

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Había que remontarse más atrás en el tiempo para entender de dónde venía la locura de Esther Bourne. Como todo lo importante en la vida, quiero decir, todo lo que merece la pena tiene que ser visto en perspectiva.

Su madre la tuvo en un psiquiátrico. Al parecer padecía esquizofrenia. Un caso insalvable, esas cosas que ocurren. A ella la metieron en un orfanato desde que era una cría y así creció, a saber en qué condiciones. Llegó con poco más de veinte años a la ciudad y fue profesora durante todo ese tiempo. 

Nunca sabríamos, ni yo ni nadie, si de verdad todo se desató porque el padre Samuel había preferido a una niña antes que a ella y las investigaciones nunca dirían nada porque nadie se molestó en recoger las pruebas necesarias. Nadie daba nada por los marginales y eso era así. 

Yo estaba bastante segura de que si, de verdad. De que todo venía del odio que sintió ante esa situación. Por eso las había matado a todas. 

En el caso de Anne Lisse, fue fácil demostrar que era ella: aún tenía una hermana con la que pudieron hacer pruebas de ADN. Era una mujer que tenía una tienda de comestibles en otro estado y a la que toda esta historia la salpicó de golpe. No quise enterarme más de lo que sería de ella, pero dudaba que la dejaran estar fuera de un centro especializado: al fin y al cabo, la habían destrozado por dentro. ¿Cómo debía haber sido soportar durante más de treinta años la locura de la Bourne?¿Quedaría algo de ella misma? Lo dudaba. 

En cualquiera de los casos, la muerte de Samuel había prescrito y daba igual, pero la de las chicas seguía ahí. Jacob murió aplastado por una viga en llamas o por el golpe en la cabeza, a saber, pero Esther Bourne sí sería juzgada. El caos fue tan sonado que desde el principio se supo que terminaría entre rejas, ya fuera en un psiquiátrico o en la cárcel. 

Lo lamenté mucho por Jacob. Es decir, se había dedicado a matar a diestro y siniestro, pero a mi no me parecía culpable. ¿Qué otra cosa podía ser, después de que Bourne le hubiera criado para eso? No entendí muy bien si fue algo más que la suerte o la locura lo que hicieron que viera algo en mi, pero no podía quejarme. Es decir, eso es lo que me salvó la vida al fin y al cabo. Las coincidencias. A lo mejor ser buena persona tenía alguna recompensa o algo. 

A Caleb le escayolaron la pierna, le vendaron las costillas y se aseguraron de bajarle la fiebre, ya que tenía un princio de neumonía, pero por lo demás estaba bien. Era un chico fuerte. No como mis pulmones que, al parecer, no habían llevado muy bien toda esa agua y todo ese humo: tuve que llevar durante muchos días que no conté una máquina en la boca que me metía aire en el cuerpo. Con el tiempo, sin embargo, también me repuse. Y me hicieron un escáner, claro, una de esas enormes máquinas de las películas que mostraron que mi cerebro, pese al golpe, estaba perfectamente. Todo en orden. 

Vinieron un montón de periodistas a hablar con nosotros, fue un poco una locura. Cuando nos cansamos no tuvimos problema en mandarlos a paseo, porque al fin y al cabo estas cosas ocurrían de vez en cuando y en seguida se olvidaban. Quizás por eso seguía pasando. 

La investigación fue lenta y requirió de nuestro testimonio. Nosotros no demandamos a nadie y dejamos claro que lo que queríamos era que no nos tocaran más los cojones. Que se ocupara el Estado, porque a nosotros con estar vivos nos valía. Es más, yo pensaba hacer mis exámenes en algún momento y Caleb volver al bar a trabajar y punto, no íbamos a permitir que esto cambiara nuestros planes. 

Un señor trajeado se ofreció a venir al hospital precisamente para tomar nuestra declaración y dejarnos tranquilos ya de una puta vez, que telilla con la pesadez burocrática del primer mundo. 

Supimos pocas cosas porque pedimos expresamente que no nos contaran nada. Supimos que Jacob se movía por las cloacas y que de ahí la tierra que había por todas partes. Ojalá hubiéramos sido más inteligentes. Encontraron, también, su ADN en las escenas del crimen y entre los huesos de las chicas. Debía matarlas en el sótano y luego dejarlas por ahí. Esas formas tan crueles no se le podían haber ocurrido a él, o al menos eso quería pensar yo. En mi cabeza, prefería pensar que el pobre no era más que lo que otros habían hecho de él. 

Junk of the heartDonde viven las historias. Descúbrelo ahora