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Me habían atracado un par de veces a lo largo de mi vida. Pocas eran en realidad para los ambientes en los que me había movido, pero claro, es que yo había aprendido desde bien pequeña a eludir esas situaciones. 

Pasaban por poco las diez de la noche, me había entretenido demasiado en el bar. No había nadie por la calle aunque se veía luz en las casas. En el peor de los casos podía gritar, pero claro, tampoco las tenía todas conmigo: a lo mejor simplemente la gente pasaba del tema. 

Aceleré el paso, me metí las manos en los bolsillos y continué hacia casa. No vivía precisamente en un barrio bueno, pero era mejor que en Detroit. La gente tenía poca pasta, apenas había trabajo y había grandes sectas extremistas aderezadas con yonkis y bastantes paletos. Pero que tampoco estaba mal del todo. 

Resoplé, malhumorada y me contuve un poco las ganas de mirar atrás. La gente anda obsesionada con saber siempre quién es el asesino cuando eso es solo importante una vez cometido el crimen. Es decir, lo que uno tiene que hacer es salvar la vida: si un desconocido te persigue y escapas le va a dar igual porque sabrá que no puedes inculparle. Pero si le ves el rostro, si puedes identificarle, probablemente se convierta en algo personal y estés muy jodido. 

Yo eso lo sabía muy bien porque tenía muy desarrollado el sentido de la supervivencia. Así que eché a correr de golpe y esperé a que los pasos se difuminaran. Pero eso no ocurrió. 

Empezó a preocuparme de verdad cuando me acercaba a casa. Es decir, si alguien estaba suficientemente interesado en mi como para llegar a mi puerta tenía un problema serio. Abrí la verja metálica de un empujón y entré en el jardín. No me iba a dar tiempo. Joder, no me iba a dar tiempo. 

Un quejido resonó en el callejón, tras mi casa. Todo se paró. Por unos instantes solo reconocí los latidos de mi propio corazón en la oscuridad. Los pasos se habían detenido. Metí la llave en la cerradura. Las pisadas parecieron alejarse de golpe, rápidas y pesadas. Debían ser de alguien alto, alguien fuerte. 

Tragué saliva. Otro quejido. Me decidí a volverme para encontrar la calle desierta. La luz de la casa de Spencer, justo enfrente, estaba encendida. Un perro ladró a lo lejos. Quien fuera que me había seguido había decidido simplemente desaparecer. 

Me llevé una mano al pecho antes de cagarme en la puta. Joder. Joder, qué susto, joder. ¿Y si eran aquellos tipos que me habían dado una paliza?¿Y si seguían buscando a Elaine? Joder, ¿cuánta pasta podía deberles para que se recorrieran la mitad del país?

¿Me iban a matar por ella? 

Iba a entrar, pero entonces aquel quejido cansado resonó en mis oídos de nuevo. Era más débil que las otras veces, sonaba más amortiguado por algo. ¿Había sido eso lo que había asustado a mi perseguidor? A lo mejor si. 

-¿Ho-hola?- pregunté. No hubo respuesta. Había venido desde el pequeño callejón, aquel sitio donde vi a Spencer por primera vez.

No, espera, April, no. No te conviene. Metete en casa. Metete en casa, cierra todo con llave y llama a Caleb ahora mismo. 

¿Y si había alguien herido? ¿Y si alguien necesitaba ayuda? A lo mejor me había salvado la vida. 

Mientras bajaba los escalones del porche me repetía que me estaba ganando una buena hostia. O algo peor. Y que me lo ganaba a pulso por tonta, por imbécil. ¿En qué coño estaba pensando?¿Por qué a veces hacía ese tipo de cosas? 

Me preocupaba patológicamente por las personas y eso podía ser un resquicio del abandono de Elaine. A lo mejor cuando tu madre pasa de ti toda la vida uno se vuelve tarumba. 

-¿Hay alguien?- pregunté. Asomé la cabeza al callejón que quedaba parcialmente iluminado por la luz de una farola cercana. Joder, por qué no invertían en poner luz en todos esos putos puntos que se convierten en el hervidero perfecto de atracos y violaciones. Achiné los ojos intentando ver mejor. Un animal pequeño salió corriendo hacia alguna parte, a lo mejor un gato. Los cubos de basura estaban en su sitio, uno de ellos había caído al suelo. 

Junk of the heartDonde viven las historias. Descúbrelo ahora