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Me di cuenta de que la vida contemplativa no era algo que se me diera muy bien. Es decir, aun tenía dolores y por prescripción médica debía estar en reposo absoluto, pero coño, qué mareo. Yo no tenía espíritu para eso.

Estaba que me subía por las paredes, de verdad que si. Lo único que hacía era estar metida en la cama y esperar. Estaba hasta los cojones de hablar con mis amigas de Detroit y empecé a aborrecer el teléfono móvil. Al fin y al cabo yo no era una persona de echar de menos y tampoco es que fuera el alma de la fiesta. 

Caleb no me daba tampoco mucha conversación. Se ofreció a hacerme todos los papeles del instituto y me traía todo lo que le pedía, pero poco más. Estaba tenso conmigo, incómodo y yo no podía dejar de sentirme culpable por hacer que se volviera un extraño en su propia casa. Al fin y al cabo era eso, joder, su casa. 

-Quiero un trabajo- anuncié antes de que se marchara a trabajar. 

-¿Eh?- me miró como si estuviera loca.- ¿Para qué?

-Para tener dinero, ¿para qué va a ser?

-Pero no te hace falta. Tú lo que tienes que hacer es descansar- aunque no sonó imperativo del todo. El tono de padre no se le daba bien. Parecía uno de esos moteros del infierno tan grande y tan imponente. Tenía incluso un poco de cara de malvado, de lobo, con los colmillos y la barbilla afilados y las cejas como haciendo un gancho. Las tenía todas para ser un chico malo y, sin embargo, aun no le había visto liar ninguna. A lo mejor cuando uno tiene 26 años ya no le apetece hacer gamberradas.- Del dinero me ocupo yo.

-Cuando estaba con Elaine trabajaba y no pasaba nada. No quiero tampoco ocasionarte muchos gastos.

-No me ocasionas gastos…

Me agobiaba un poco esa necesidad que tenía de que pensara que yo no le debía nada. De no ser por él servicios sociales podría haberme mandado a una casa de acogida o algo así y de verdad eso me daba muchísima pereza. Puse los ojos en blanco en un gesto involuntario del que luego me arrepentí.

-Algo a media jornada- dije, intentando suavizar el tono.- En un tiempo, cuando haya empezado el instituto y tal y lo tenga todo un poco más controlado. Para ayudarte un poco y eso. 

Se mordió el labio inferior, dudando. No dijo nada mientras se dirigía a la puerta, con las llaves del coche en la mano.

-Te diga lo que te diga lo vas a hacer de todos modos, ¿no?- preguntó, con gesto divertido.- Así que eso. Solo date un tiempo de descanso, no me gustaría que no te recuperaras bien, ha sido duro. 

-Eh…- le miré sorprendida.- Sí, sí, claro. A lo… A lo mejor en unos meses. 

-Te vendría bien salir- abrió la puerta y se volvió hacia mi.- Relacionarte con alguien. A lo mejor eso hace que estés de mejor humor. 

-¡Cómo de mejor humor!- exclamé, indignada. ¡Si estaba siendo todo lo encantadora que podía ser.

-No te acuestes muy tarde- sonrió levantando ambas cejas y se perdió al otro lado de la puerta. 

¿Ese había sido el rancio de mi hermano?

Nunca había sido yo una persona que necesitara mucha compañía pero tenía que admitir que Caleb tenía razón y que me estaba desquiciando un poco de estar encerrada, pero es que aún me dolía, sobre todo las costillas. Eso generó una depresión esporádica que me empujaba a comer helado a todas horas, no quitarme el chandal y descuidar mi higiene más de lo que me gustaría admitir. Total, ¿para qué?

Debía ser que empezaba a ser consciente de mi situación: unos camellos de tres al cuarto me habían dado una paliza buscando a mi madre. Me había recorrido la mitad del país para ir a la casa de un hermano nueve años mayor que yo. Estaba perdida en un barrio marginal de una ciudad de mierda en Tejas. Tejas, dios mío. Pero qué. Ay. 

Junk of the heartDonde viven las historias. Descúbrelo ahora