PARTE VI

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El día era de esos donde las aves cantan, donde las risas de las personas te rodean. Donde todo el mundo va de buen ánimo, comiendo helado y palomitas. Las personas sentadas charlando. Las parejas tomadas de las manos.

Archer quería vomitar y maldecirles a todos.

Debería haberse quedado en casa. Su padre estaba en el trabajo, como de costumbre y Annette se había tomado unos días en el lugar de una amiga. Archer podría haber llamado a Paúl y a David y jugar algún juego sangriento que estuviese acorde a cómo se sentía por dentro.

En lugar de hacer eso, estaba sentado en las gradas de la escuela secundaria de Thomas y Gabriel, esperando por el juego de este último. Ni siquiera el ver a chicos que apenas rozaban la edad legal correr en pantaloncillos cortos le alejaba la nube gris sobre su cabeza.

Porque no podía quitarse de la cabeza la pasada tarde.

Veía el rostro de Lannie todo el tiempo. Veía los labios brillantes de la chica aproximarse a los suyos... y él, apartándose nauseabundo.

—¿Quieres alguna cosa? —Roland llamó su atención a su lado.

Desde que se habían encontrado, no habían cruzado más de cinco palabras. "Viniste" y "Eso dije que haría".

—Estoy bien.

Roland se le quedó mirando unos minutos antes de voltearse a su lado, buscando su rostro.

—Lo siento. Sé que soy un idiota gran parte del tiempo.

Archer no dijo nada.

—Sé que te hice sentir mal el otro día cuando me alejé —El chico siguió. —Sé que no es lo que esperabas. Que yo no lo soy.

Archer le miró con detenimiento.

Nunca había tenido un molde. Nunca había tenido un prototipo a seguir sobre lo que le atraía de otra persona. Chico o chica. Solo sucedía. Aunque Paúl solía burlarse diciendo que le gustaban guapos. Y eso no era algo que nadie pudiese cuestionarle. No era un pecado. Él mismo era atractivo, su pareja no podía ser menos.

Con Roland, sin embargo, había caído de cabeza no solo por su cara bonita. Ciertamente, Roland era atractivo. Sus labios carnosos hacían pensar en toda clase de escenarios. El cabello que llevaba casi rozando su mandíbula era perfecto para tomarlo y pasar sus dedos por él. Sus profundos ojos marrones culminaban el acto entre tierno y caliente.

Pero no, Archer se había sentido atraído por él, por algo más allá. Por algo sin sentido. Había visto a Roland y la vulnerabilidad que despedía le había hecho acercarse. Su forma torpe de ser. Tímido, casi escondido —oh, la ironía de eso— medido en toda manera. Su sentido del humor pésimo. Su intención de encajar demasiado evidente.

Archer llevó su mano adelante, para tomar un mechón demasiado largo y demasiado rebelde del cabello de Roland y acomodarlo tras su oreja. Su Roro.

—Eres muchas cosas Roro, pero estúpido no es una de ellas. Así que no digas eso. —Las facciones de Roland se relajaron ante las palabras y apegó su rostro a la mano de Archer para prolongar el contacto. —No estoy molesto porque me apartaras. Estoy dolido, porque desearía que no lo hicieras.

Roland succionó sus labios.

—Perdóname. No puedo controlarlo, yo... no quiero perderte. Te has convertido en un gran amigo. —Había sinceridad en sus palabras. Arrepentimiento palpable. Solo que no eran las correctas.

Archer negó.

La ira hirvió dentro de su pecho. De cada rincón de su cuerpo se reunió corriendo por sus venas como lava ardiente que quemó toda emoción, toda cordura.

Y entonces Archer se enamoró #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora