16. Sabbat

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Con demasiada expectativa, el día de Sabbat llegó; y, así como los chicos no le habían mencionado a Sara sobre la fiesta, ella tampoco lo hizo con el hecho que iría con Tony

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Con demasiada expectativa, el día de Sabbat llegó; y, así como los chicos no le habían mencionado a Sara sobre la fiesta, ella tampoco lo hizo con el hecho que iría con Tony. No le sor­prendía que no lo hicieran, ella no tenía nada que ver en esa circunstancia de cortejo vampírico, por lo que había optado por guardar silencio, hacerse la desentendida antes de crear algún tipo de discusión o mal entendido.

A pesar de ser sábado, Jack la había despachado temprano, bebió algo de su sangre por la tarde, para luego marcharse sin mucho detalle. Sara no lo interrogó, no tenía que hacerlo, así que se retiró a su cuarto para cambiarse; porque ella, al mejor estilo Cenicienta, también iría con su calabaza y hada madrina: Tony, quien se había encargado de dejarle un vestido para la ocasión.

Sara no pretendía buscar ningún príncipe que la rescatara de su miseria, tan solo ansiaba despedirse de Ámbar, de oír sus propias palabras diciéndole que iba a estar bien.

Luego de bañarse, agarró ese vestido carmesí con algo de aprensión y congoja; jamás había usado una prenda de ese estilo. Ajustado, revelador, con la espalda al descubierto y unos zapatos de taco haciendo juego. Ponérselo era dar un paso hacia el averno. No se podía negar a lucirlo si quería ver a Ámbar, si que­ría matar su curiosidad por saber que era el maldito Sabbat. Así que se vistió, recogió su melena negra, colocó algo de rubor en su pálida piel, sin abusar, junto con algo de perfume. En eso, cuando estaba a punto de salir, alguien llamó a la puerta.

—Francesca —musitó al ver a su amiga sollozando.

—¿Tú si vas? —gimoteó, sin entrar a la habitación.

—Tony me invitó —explicó Sara, acariciándole la mejilla—. ¿Sucede algo?

—A mí no me invitó nadie —expresó tragando saliva, lim­piándose con su puño—. Siempre fui linda con ellos para que no me dañaran. En un momento había olvidado mi papel de ofrenda y creí que de verdad les caía bien. ¡Qué idiota! Al parecer no dejo de ser simple comida. Eso es lo que somos en este mundo, basura descartable.

Sara sentía pena por tener que irse dejándola sola y de ese modo. Era la primera vez en el Báthory que Francesca mostraba debilidad. Ser demasiado complaciente, le indicaba que le darían el trato para el cual ella se ofrecía. Ahora se sentía defraudada por esos a los que alimentaba con devoción. No la habían tenido en cuenta, estaba claro que ellos iban a buscar pareja y poco les importaba llevar una "vianda".

Francesca tenía razón, porque siquiera se habían puesto a pensar en la posibilidad de ella para ver a Ámbar, y eso le hacía replantear a Sara, que los chicos, exceptuando a Tony, eran iguales de insensatos. Poco se preocupaban por sus sentimientos, sus necesidades personales. Ellas eran la comida, las ofrendas, y Francesca se lo recordaba.

—Lo siento. —Sara bajó la mirada—. No sé qué puedo hacer por ti. Ellos son así, desde el primer momento no fuimos nada. Sé que debes sentirte mal porque has sido la más comprensiva con todos.

Ofrenda de sangre | Parte IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora