6.Hambriento

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Los ojos de Sara estaban abiertos desde muy temprano, sin embargo no tenía muchos ánimos de levantarse

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Los ojos de Sara estaban abiertos desde muy temprano, sin embargo no tenía muchos ánimos de levantarse. Era el tercer día en el Báthory, y su único objetivo era perpetuarse en lo desconocido, en la violencia y el sadismo ajeno. No era una novedad.

De manera inconsciente agradecía a Dios por la compañía de las chicas, así como la gentileza de Evans y un poco la del di­rector Azazel, a quién había tratado de demonio el primer día, y ahora le parecía un tipo bastante decente.

Para cuando llegó la hora del desayuno se levantó, no porque tuviera hambre, sino que, de ahora en más, debía estar al tanto de que Ámbar y Francesca no se pelearan. Ambas tenían una ma­nera muy siniestra de ser crueles entre ellas, de herirse en donde más le dolía. Sara consideraba triste la idea de desquitar sus frustraciones con un igual, no la llevaba a ningún puerto, y vol­vía más fuertes a sus enemigos.

Tras alistarse partió hacia el comedor, viendo y considerando que esta vez nadie la había ido a buscar.

Caminó, con algo de temor, por los extensos pasillos. Las vo­ces de los vampiros se oían a lo lejos, decían cosas incomprensi­bles que no le importaban. Pero su carne se contrajo en cuanto una fría mano se posó sobre su hombro. De un salto se dio media vuelta, y ahí los vio.

El par de gemelos, que el día anterior la habían atacado sin pensarlo dos veces. La miraban con ojos ladinos y sonrisa mali­ciosa, ella podía prever las oscuras intenciones tras sus muecas. Sara ahogó un gemido temeroso, y de inmediato sus músculos dejaron de responder, volviéndose rígidos, a la defensiva, ellos le recordaban a "él".

—¡No te asustes! —dijo el gemelo que llevaba su cabello ne­gro alborotado—. Venimos a disculparnos, ayer nos comporta­mos mal. Pero, estábamos muy deseosos de probarte ¿Entiendes? Teníamos hambre.

<<No, no lo entiendo>>.

—Lo que quiere decir Jack es que ansiábamos tu sangre —explicó el gemelo que llevaba su cabello hacia un lado: Jeff—. Esperamos mucho y temíamos que otra vez no pudiéramos pro­barte. Pensamos que estabas al tanto de todo y que te daría igual.

Sara les echó una gélida mirada, tan solo deseando que se es­fumaran, que se los tragara el infierno y el mismo escupiera sus huesos. No confiaba para nada en ese par de chupasangres, sus miradas perversas solo le hacían recordar al demonio con el que soñaba cada noche.

—¡Vamos, Sara!—insistió Jack con su repugnante sonrisa—. No somos tan malos. ¿No oíste a Evans?

Ella le frunció el ceño, no flaquearía ni aunque fuera el mis­mísimo Belcebú.

—Déjenme en paz —articuló con odio, a ese punto le empe­zaba a importar una mierda que tan significativos eran; de hecho, el saber su estatus le generaba odio, veneno.

Los gemelos borraron su sonrisa y se miraron en complicidad.

Jack, parecía a punto de decir algo, pero Jeff lo detuvo po­niéndole la mano en la cara.

Ofrenda de sangre | Parte IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora