7.Repartida

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La lluvia caía con intensidad sobre los tejados del Báthory

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La lluvia caía con intensidad sobre los tejados del Báthory. Los truenos y relámpagos vapuleaban con furia su alrededor. Dentro del castillo estaban a salvo de agua, mas no de los profe­sores. Esta vez, la sermoneada era Sara. Víctor era un profesor mucho más severo que Evans; y ella tenía sus apuntes en blanco, así como la mente.

No entendía qué pretendían los vampiros cuando apenas po­día con su existencia, eran ridículos. Además, la educación en el Cordero de Dios era decadente y ellos, los vampiros, estaban más avanzados. De hecho, parecían estudiar para matar el tiempo hasta que no necesitaran de una ofrenda. A ella, materias como Ciencia e Historia se le habían prohibido, las matemáticas eran muy básicas, y de Literatura y Gramática solo leían textos reli­giosos. Por lo que no fue hasta que llegó al Báthory que Sara se dio cuenta de la magnitud de su ignorancia.

Se sentía ridiculizada, poco inteligente, inservible y merece­dora de ser chupeteada por extraños.

—¡Esos malditos puritanos! —se quejaba Víctor—. Al me­nos podrían haberse encargado de instruir a estas muchachas. No saben ni sumar sin verse los dedos, ¡qué decadente!

La pobre joven deseaba que se la tragara la tierra. Siempre había sido muy sensible a los comentarios externos, podía so­portar un puñetazo, pero no sabía cómo defenderse a la agresión verbal; y ahora estaba siendo mancillada hasta lo más bajo. Que juzgaran su capacidad intelectual le dolía justo en el poco orgullo que le quedaba.

—¿Atrasará la clase? —Joan demostró preocupación, ese jo­ven castaño parecía el más sensato de todos.

—No es la idea. —Víctor resopló dando una ojeada a las ta­reas de Sara—. Tampoco haré horas extras con una ofrenda. Pero no sería ético seguir sin más.

—¡Deje esta fachada! —Adam se levantó de un arrebato—. Esta chica no necesita aprender nada, ¿qué es esta hipocresía? No es más que material de descarte. Terminará limpiando los baños de mi casa, o de prostituta en algún burdel.

Adam tenía razón, el respeto y la educación no era más que una pantomima con el único fin de mantenerla tranquila, ocu­pada, drogada ante las circunstancias. Las ganas de llorar en Sara, ante su miserable existencia, no se tardaron en aparecer.

Una lágrima rodó por su rostro, la limpió de inmediato, aun­que un leve gimoteo se oyó en el silencio inoportuno.

Escondiendo su vista, agachó su cabeza entre sus hombros.

—Adam, no te metas con mi trabajo —indicó Víctor, mos­trando la distancia entre ellos.

Los gemelos rieron por lo bajo, eran crueles y muy estúpidos.

—Puedo enseñarle —irrumpió Joan, para sorpresa de todos, en especial para Sara—. Tengo un lugar entre mis cátedras especiales, así estará a la corriente como todos y no interferirá en las clases. El día de mañana trabajaremos junto a nuestros padres, hay que tomar esto en serio.

Ofrenda de sangre | Parte IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora