—Sara, Sara..., despierta.
El murmullo de Francesca taladraba los sesos de Sara; pero, en cuanto tomó noción de todo lo sucedido en la noche, pegó un salto que la hizo quedar sentada en un perfecto ángulo recto
—¡Francesca! —gritó exasperada.
Fran la contuvo y poco a poco fue notando los alrededores.
Estaban en una habitación de madera, muy pequeña, y con dos camas muy sencillas cubiertas de pieles de oso pardo. En medio, había una pequeña mesa con agua, algo de comida, frutas y galletas, era todo.
—¿Qué es este lugar? —preguntó a su amiga.
—Los exorcistas nos trajeron, uno de ellos me durmió para trasladarme cuando Víctor me dejó sola —susurró Fran con la mirada opaca—. Hablé con ellos, me han dicho que no nos quieren dañar, que nos han liberado de los vampiros. De igual forma nos tenían que tranquilizar para trasladarnos.
Sara asintió. Recordaba haber volado en el aire, cuando uno de ellos la tomó, a pesar que los chicos la protegían. Luego sintió un ligero pinchazo en el brazo, y era hasta entonces que volvía a abrir los ojos.
Antes que pudieran decirse algo más, la puerta de la recámara se abrió. Una mujer madura, de amable sonrisa, de cabellos largos y castaños, las saludó de un modo tan aterrador como dulce. Ella se presentó como Alice, tras ella venía un muchacho de unos veintitantos. El mismo era enigmático, sus cualidades físicas eran algo único: ojos amarillentos, piel tostada y cabello plateado; él se presentaba como "Tommaso", y las intimidaba con su sola presencia. Las ofrendas lo miraron con temor.
Al notar la falta de reacción, fue Alice la que comenzó a hablar.
"Las salvamos" dijo bondadosa. Luego siguió hablando de lo crueles que eran los vampiros, tanto como los de la iglesia. Ellos, se iban a ocupar de hacer desaparecerlos a todos de la faz de la tierra. Era increíble que la mujer hablara de asesinato sin perder su dulzura. Los vampiros eran monstruos malvados y retorcidos, no debían dejarse engañar por los buenos tratos; después de todo, solo las habían criado con el propósito de alimentarse.
Sara y Francesca eran animales de granja; bien atendidas para ser más deliciosas, y en el Báthory eran domesticadas para no poder ejercer independencia, para no rebelarse ante sus amos.
Tráfico de personas, de sangre, órganos y niños eran los negocios que la iglesia y los vampiros poseían en común: los negocios de donde las riquezas salían, los negocios que hacían perdurar las alianzas, los castillos, el poder. Las humanas no eran más que monedas de intercambio en ese negocio, pero ya no más. Los vampiros no se atrevían a salir de la protección de sus hogares y los bosques, y la iglesia no intervendría en este conflicto.
Eran libres al fin.
La mujer dejó la puerta abierta, les indicó donde quedaba el baño, y les prestó ropa antes de retirarse.
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Ofrenda de sangre | Parte I
VampirosLejos del mundo moderno se esconden los secretos más perversos de la humanidad. Hombres y vampiros están unidos bajo tratados y secretos desde hace siglos. La moneda de intercambio entre las razas son las ofrendas de sangre. Sara, Francesca y Ámbar...