26. Compersión y conveniencias

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La desolación deambulaba los perfumados pasillos del Bá­thory

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La desolación deambulaba los perfumados pasillos del Bá­thory. Los gemelos tenían una reunión en su hogar; Adam mantenía el luto en el resguardo de su habitación; Tony se escapaba de Sara desde que le había nombrado a Clarissa. Por otro lado, Sara sabía que Demian seguía consternado con la situación, no era para menos. En realidad no podía evitarlo, debía ir con Joan, era su día con él y quería saber cómo se encontraba respecto a lo sucedido con Carla.

Era extraño ir por cuenta propia, tener el deseo de hacerlo. La ofrenda caminó por los pasillos y golpeteó la puerta de la habita­ción que conocía bien.

Sara esperó tras la puerta, sin obtener una respuesta. Volvió a golpear y fue lo mismo. Era probable que Joan estuviera en cual­quier otro sitio. Aun así hizo algo que creyó incorrecto. Por su cuenta, ingresó a la habitación. No estaba cerrado con llave y eso fue una ventaja. Presenció aquel lugar vacío. Joan no se encontraba allí; sus cosas aguardaban en quietud, igual que siempre.

Sus libros, sus notas, el microscopio, el telescopio... Un impulso brotó de la humana, quería revisarlo todo. Nunca se había animado a preguntarle si podía tocar sus curiosos objetos personales. En ese momento tenía la oportunidad. Estaba al tanto de su deshonestidad. Algunas de sus actitudes nunca cambiaban, era hija del rigor.

Los libros sobre el escritorio eran de ciencias, algo de gené­tica. Sara ojeó algunos de sus apuntes, Joan trabajaba en un pro­yecto sobre unas curiosas células, y algo sobre animales. Sara no podía entender más allá, él era un estudiante mucho más avan­zado, por no decir que era un profesional en su área. Prefirió desviar su atención al microscopio, colocó su vista en el ocular, una formas circulares, y otras alargadas, se movían como cule­bras. Al final, se dirigió donde más quería: al telescopio.

Sería imprudente mirar al sol con el mismo, así que lo tomó para echar una ojeada al bosque, a los rosales, al lago. Todo se veía como si lo tuviese frente a sus narices, era curioso y diver­tido. Aunque, para ver la luna y las estrellas tendría que esperar más. Aprovecharía que la relación con Joan se había vuelto más estrecha para pedirle ese favor, era bastante permisivo, tal vez se lo concedería. En eso, pudo ver que el susodicho circulaba entre las arboledas y la maleza, no la atraparía hurgando sus cosas, ¡menos mal! Sara soltó el aparato, recordando la muerte de Carla.

Dejando todo en orden, se dirigió junto al vampiro.

Febo descendía, el ocaso cubriría el cielo con su manto. La luna parecía una sonrisa torcida, y las ventiscas auguraban una noche fresca. A Joan no le importaba. El muchacho buscaba, bajo las rocas y troncos, algo que Sara no podría saber si no le preguntaba.

—Joan. —Ella lo llamó, y sonó como una melodía.

Él no la miró.

—¿Te divertiste en mi habitación? —preguntó sin sacar la vista del suelo, Sara sintió la sangre acumularse en sus mejillas ardidas—. Si querías ver mis cosas debiste preguntármelo, no muerdo.

Ofrenda de sangre | Parte IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora