30.La noche más oscura

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Francesca corría de un lado a otro, su habitación era un caos

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Francesca corría de un lado a otro, su habitación era un caos. Tenía, tirados por el suelo, todos los vestidos de fiesta sin estre­nar. No era para menos, se trataba de su primera fiesta. Tenía la ilusión de vivir una fantasía romántica con el profesor Víctor al mejor estilo Cenicienta. Estaba decidida esa noche encontraría a su príncipe azul.

Vestidos escotados, vestidos con encajes, cortos, largos y de todos los colores. Algo tan simple como vestirse se convertía en un reto; pues claro, lo único que siempre lucía era lo más sencillo que encontraba. Al final se echó a lloriquear sobre la montaña de ropa acumulada.

—No puedo... —gimoteaba como una niña, parecía haber he­cho un retroceso mental, ¿acaso no era la más madura?—. No hay manera que de saber cuál es el adecuado.

—Creo que el azul de seda te quedaba bien —indicó Sara con serenidad—. Es sobrio, pero te hace ver mucho más adulta y distinguida.

Los ojos de Francesca brillaron más que las estrellas, esbozó una enorme sonrisa de satisfacción; y, por enésima, vez volvió a cambiarse. Esta vez confiaba en el consejo de su amiga.

Por su parte, Sara, ya había escogido un vestido blanco de encaje y pequeñas perlas, era simple y bello. Era un regalo de la familia Arsenic, y como era el día con Jack prefirió estrenarlo. Estaba satisfecha con lo que veía en el espejo, más porque su cicatriz era casi invisible gracias a un par de últimas mordidas. Si quería olvidar a Tony, lo primero era deshacerse de esa marca en el rostro.

—La ansiedad me consume, perdóname por mis arrebatos —decía Francesca mientras Sara le arreglaba el cabello—. Desde hace un tiempo todo mi ser está algo atolondrado. ¡No me reconozco!

—Solo espero que puedas mantener la endereza si la vez.

—Si lo dices por Ámbar, no te preocupes, sabré como tratarla.

Francesca volvió a su frialdad característica. Su forma de ac­tuar sería la correcta frente aquella vieja amiga. Sara no debía preocuparse, sus actitudes infantiles no tenían que ver con su verdadera mentalidad, sino con un sentimiento que llevaba el nombre un viejo vampiro.

Para cuando estuvieron listas, salieron de la habitación, apre­surándose a la salida en donde Evans las increpó.

—Chicas, se ven maravillosas —dijo con su amable sonrisa, la cual les contagió al instante—. Jack te espera —indicó a Sara.

—Y tú, Fran, hay un auto que llevará con tus compañeros.

Los labios rosados de Fran se volvieron blancos, y ahí estaba. Sara se había dado cuenta desde un principio, era obvio, no había habido ninguna invitación "personal para ella". Francesca no protestó, pero su decepción fue notoria. El único motivo por el cual iría al Sabbat se debía a que no podía quedar sola en el Báthory.

Sara y Jack subieron a un automóvil negro, esta vez los dos solos. Él la ponía nerviosa, Jack era monotemático, sus intencio­nes siempre parecían ser las mismas. A él no le importaba mucho el chófer, se abalanzaba sobre su chica sin tapujos; alegre, vi­brante, deseoso y agitado.

Ofrenda de sangre | Parte IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora