28. Trago amargo

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La negrura del cielo indicaba que sería una larga noche para aquellos que se permanecían en vela

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La negrura del cielo indicaba que sería una larga noche para aquellos que se permanecían en vela. De no ser por los fríos pasos de algunos vampiros, acostumbrados a no dormir, el Báthory gozaba de un silencio de cementerio. Excepto por esa noche, en la que se oía unas notas desafinadas en el aula de música.

Un crimen se cometía contra el piano del castillo.

Do-do do-re-mi...

Y así seguía sin ir a ningún lado.

Francesca se esforzaba por demás en descifrar unos empolva­dos libros de música. Todo le parecía nuevo, y esos dibujos ex­traños en esas hojas de pentagramas no le parecían otra cosa más que jeroglíficos egipcios.

—Eso es avanzado para ti —dijo Víctor, apareciéndose en la entrada del aula.

Francesca dio un golpe al piano del susto que le causó. Una nota grave hizo eco en toda la sala. El pavor persistía en ella luego de su discusión, y luego de hacer tanto escándalo, podía estar segura que la castigarían por lo menos una semana en algún calabozo.

Víctor se acercó, con un paso lento y seguro hacia la mucha­cha que intentaba sostener endereza en su mirada, pero a cada vez se ponía más nerviosa, más pálida y más convulsa. Él se sentó a su lado, en el pequeño rincón que quedaba de la silla. Con delicadeza tomó la quebradiza muñeca de la jovencita y la colocó en las notas correspondientes.

—Es aquí —dijo él, presionando sobre sus dedos para recrear la melodía.

Ella, la rubia y nívea Francesca, pasó del hielo al fuego, su cuerpo emanaba un vaporoso calor producido por el incesante latido de su corazón. ¿Qué estaba sucediendo? No lo sabía. Pre­fería no decir nada y arruinar todo otra vez. Tenía miedo de ser devuelta.

—Tengo que disculparme con usted —dijo el profesor, sol­tándole la mano, viéndola a los ojos—. Mi comportamiento fue terrible, lo siento.

¿Lo siento? ¿Un profesor disculpándose? Jamás habría ima­ginado vivir para escuchar eso.

—Fue demasiado atrevida con usted, profesor —musitó ella, volviendo su vista al piano.

—No, no es así como un adulto debe actuar, así que lo reitero: lo siento mucho, Francesca —insistió Víctor—. Ahora, pásame esos libros.

Francesca no chistó, de inmediato alcanzó los libros a su profesor.

—No hay manera que avances si empiezas por el final —in­dicó, seleccionando algunas hojas con la pluma que llevaba en su camisa—. Debes empezar por lo básico, reconocer las notas, practicar melodías fáciles. Luego te enseñaré a leer pentagramas, y lo demás.

La pequeña boca de Francesca formó un gracioso círculo a medida que el entusiasmo avanzaba, sus ojos celestes brillaron más que las estrellas. Estaba feliz, muy feliz. Víctor accedía a su petición, podría aprender a hacer música, tocar mágicas melodías con sus dedos.

Ofrenda de sangre | Parte IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora