22. El banquete de los Belmont

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Hablar de ciertos temas, revivir los recuerdos cadavéricos de una mujer psicópata, tenían sus consecuencias

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Hablar de ciertos temas, revivir los recuerdos cadavéricos de una mujer psicópata, tenían sus consecuencias.

En la noche, la oficina de Azazel se encontraba a oscuras, el director de belleza diabólica se situaba dormitando sobre su escritorio, como era costumbre. Él no iba a su habitación más que para cambiarse. Una copa de sangre estaba a la mitad, y una docena de botellas de Whisky lo rodeaban. El olor a hierro y a alcohol inundaba el espacio y se impregnaba en la ropa en el vampiro, haciendo de ese bálsamo su perfume característico.

—¡Señor director! —prorrumpió Elizabeth, llena de pavor al ver al hombre cayéndose al suelo.

Ella lo detuvo antes de que su cabeza tocara el frío mármol. Pesaba una tonelada y los cabellos largos se le enredaban en los brazos.

Azazel se espabiló, aunque sumido en una borrachera sin pre­cedentes, tanto, que solo lloriqueaba sin reparar en su dignidad vapiresca.

—Director, está borracho, debe ir a la habitación. —Elizabeth se esforzaba para ayudarle a ponerse de pie.

—¡No, no a la habitación! —lloró—. No quiero ir ahí de nuevo. ¡Hip!

—Debe descansar —ordenó ella, sentándolo en su sillón, limpiando los restos de sangre en la cara del hombre.

—Imara va a torturarme... ¡hip!—murmuró despacio.

—¿Su esposa? —Elizabeth pestañeó rápido y llevó su mano al mentón—. ¿De qué habla? Ella murió.

—¡Yo la maté! ¡hip! —gritó enojado, con un tono borracho, y de inmediato tapó su boca—. No, no... yo no fui, fue el Papa.

—¡¿Qué dice?! —exclamó Elizabeth, tomando su cabeza con ambas manos—. Usted está ebrio, ¡vaya a la cama o me enojaré!

—No estuviste nunca para mí —dijo Azazel, levantándose con el cuerpo tambaleante—. Ahora quieres demostrarme que eres agradecida, ya no es necesario ¡hip!, tengo trescientos años y pronto moriré.

—Con todo respeto, ya va siendo hora —respondía ella, sin darle importancia, a medida que lo guiaba a su habitación—. Pero su salud es impecable, ¡y no tienen ninguna arruga! No po­dría asegurar que está robando oxígeno como otros ancianos.

Los dos salieron del despacho, y sin llegar a dar dos pasos, Adam los increpó.

—Azazel, tengo que hacerte una petición —expresó Adam, ignorando la cara descompuesta del vampiro.

—Él está algo descompuesto —explicó Elizabeth, ganándose una mirada furiosa de Adam.

—Tengo una reunión familiar, quieren conocer a mi ofrenda —insistió Adam—. ¿Puedo sacarla del castillo?

—Haz lo que quieras, vampiro. Vas a morir algún día —murmuró siguiendo su camino.

Adam se encogió de hombros, era todo lo que necesitaba. La borrachera de su director no le podía importar menos.

Ofrenda de sangre | Parte IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora