Capítulo 09

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Capítulo 09:

Caminaba de un lado a otro con la intención de hacer un hoyo en el piso, hoyo que nunca apreció. Tenía que hablar con él, disculparse por lo estúpida que había sido y pedirle disculpas por cómo lo había tratado después de que él solo intentaba ayudarle.

Llevaba alrededor de cuarenta y cinco minutos frente a la puerta de la habitación que ocupaba castaño tratando de prepararse psicológicamente para poder tener valor y tocarla aún con la esperanza de que él quisiera escucharla.

Posó su mano en la dorada perilla de la puerta y su cabeza en la madera de la misma, cerró los ojos lamentándose mentalmente por no haber dejado que él entrara a su habitación cuando se lo pedía. Había sido tan amable con ella, y ella tan estúpida y tonta para decirle que se fuera si al fin y al cabo estaba en su casa.

—Tonta, bruta, estúpida, imbécil... —se repetía de cuando en cuando en pequeños susurros sin despegar la cabeza de la puerta y sin abrir los ojos —. ¿De quién has sacado lo estúpida, Ámbar?

La puerta se abrió de golpe y de improviso. Cayó al suelo debido a la fuerza con la que el objeto había sido empujado, se había golpeado muchas cosas: la nariz; cuando la puerta se abrió dando un golpe seco contra su rostro que, había estado pegado a esta. El trasero; cuando impactó de lleno contra el piso y las muñecas; cuando trató, torpe e inútilmente detenerse.

Un Simón con el ceño fruncido salió de la habitación, pero ese ceño cambió cuando escuchó a la rubia quejarse dolorosamente, trató de contener las risas que, hacían una batalla por escaparse, pero se mordió los labios para amortiguar las risas con un poco de auto dolor, sin embargo, a los ojos de la rubia en los ojos del mexicano se notaba lo divertido que había sido verla en aquella escena.

—Ríete, estás en todo tu derecho —le dijo tratando de parecer enojada mientras sobaba su nariz que, realmente le dolía.

—¿Estás bien? —cuestionó en tono preocupado, sin dejar a un lado la diversión que le provocaba ver a la rubia sentada en el suelo sobándose la nariz —¿Te duele mucho? —preguntó agachándose a su altura y tomarle por las muñecas, cosa que hizo que la de ojos azules emitiera un gemido de dolor.

—Creo que también me lesioné las muñecas... —respiró hondo y se dejó la nariz, con el miedo que se le cayera.

—¿Crees que estés mejor dentro de poco? —cuestionó de nuevo mirándola a los azules ojos.

—Sí, supongo... —respondió en tono dudoso —¿Por qué? —se atrevió a preguntar.

—Luego iremos a comprarte un poco de ropa —sonrió. Las líneas de expresión de sus ojos se hicieron presentes, cosa que le hizo parecer adorable y tremendamente guapo.

—Simón... —dijo sorprendida, tanto, que se le olvidó que le dolía la nariz —. No tienes que hacerlo, de verdad —hablaba de manera rápida y sin saber por qué, con las mejillas ardientes.

—Ámbar... —posó su dedo índice en muy cerca de sus labios, pero no llegó a tocarlos —. No te preocupes, quiero hacerlo —la miró de arriba abajo —. Además, no querrás quedarte con mi ropa el tiempo que estés aquí, ¿o sí? —se rio divertido mientras regresaba su vista a los ojos de la chica.

«El tiempo que estés aquí», esa pequeña frase la hizo ponerse a pensar, todos sus pensamientos se basaban en interrogantes que giraban alrededor de las palabras de Simón: ¿Cuándo se iría del departamento de Simón? ¿Cuándo sería capaz de decirle a Simón la razón por la que huyó de su casa? ¿Cuál sería su reacción? ¿Algún día volvería a ver a Matteo? ¿Cuándo sería ese día? ¿En verdad quería irse? La verdad es que esa era la única pregunta para la que sí tenía una respuesta y esta era un rotundo y decisivo «No».

—Siéntete libre de escoger lo que desees... —le había dicho el moreno cuando estaban en la tienda, junto a la ropa exclusiva para damas.

Ella había sonreído con pena, la verdad es que no quería abusar del buen corazón que tenía el mexicano, pues vaya que lo tenía, no preguntarle su origen, acogerla en su casa como si de una conocida de toda la vida se tratase y encima de todo, comprarle ropa para que no estuviera desnuda y usando su ropa, eso no se veía todos los días, si no es que nunca.

—Me gusta mucho tu ropa —había sido su respuesta a la pregunta del chico cuando estaba ella tirada en el suelo y él le había dicho que irían a comprarle ropa —. Sobre todo, tus muy ajustados bóxers —se rio de sí misma por sus palaras.

Una sonora carcajada del castaño se hizo presente en el lugar dejando entrever su perfecta dentadura —Aunque me gusta verte con mi ropa, en verdad necesitas con qué sentirte todavía más cómoda —la levantó con poca fuerza aplicada debido a que temía lastimar sus muñecas, aún más de lo que ya estaban.

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—¿Sigues molesta? —le preguntó curioso.

Lo único que emitió la rubia fue un silencio absoluto, su vista seguía posada en el frente.

—Bueno, veo que quieres jugar a la ley del hielo —miró al frente él también —¿Quieres agregar un poco de Whisky?

Un pobre intento de contener una carcajada hizo que la rubia dejara de lado su carácter serio —No te hagas el tonto —lo miró sonriendo y tratando, inútilmente, regresar a su pose anterior —. Recuerdo haberte dicho claramente que no abusaras con lo de comprar ropa —lo regañaba, justo como una madre regaña a su hijo adolescente o como una esposa regaña a su pobre esposo.

—Yo no recuerdo nada —se tocó el mentón haciendo una pose de confusión.

Siguieron caminando durante uno minutos, ambos sin mencionar palabra pero ninguno de los dos preocupados por el estado del otro, pues el moreno sabía que ella ya no estaba enojada con él por no haberse detenido en comprarle su ropa y demás artículos, incluso la hizo comprar más de cinco paquetes de toallas femeninas sin protestar, en cambio, era ella la que estaba muerta de la vergüenza, nunca antes había asistido a comprar ese tipo de cosas con un chico, siempre había ido ella sola o la primera vez, que fue con aquella señora de ceño diabólico; Sharon.

A la distancia, pudo reconocer un BMW de color negro completamente, reluciente como si estuviese acabado de salir del autolavado o como si segundos antes hubiese estado envuelto en papel de regalo. Su corazón se aceleró de sobremanera y sus nudillos se volvieron pálidos debido a la fuerza que hizo para sostener las tres bolsas de compras que tenía en cada mano. Pudo sentir como dentro de ella la sangre se helaba y bajaba desde su cerebro hasta la punta de sus pies. Estaba allí, más bien, se aproximaba, ese estúpido coche llevaba dentro a la única persona sobre la faz de la tierra que no quería ver.

—Abrázame, Simón —le dijo en un tono que pareció un ruego, aunque el chico no pareció darse cuenta.

Se dio la vuelta y sin darle tiempo al mexicano para reaccionar, se lanzó sobre él y se aferró a su cuello y hundió el rostro en su fornido pecho.

Simón a primera estancia abrió los ojos como platos debido a la impresión, levantó los brazos poco a poco y en medio de toda la gente que pasaba y los miraba raro, la abrazó. No supo explicarlo, no en ese momento, pero ese abrazo fue tan cálido y confortante que pareció irreal. El pequeño y frágil cuerpo de la rubia era tan cómodo que incluso se aferró más a ella, no supo ni le importó el porqué de un momento a otro la rubia decidió abrazarlo, quizás había sido agradecimiento, no lo sabía, pero sí que le gustaba, y mucho para ser sincero consigo mismo.

—Corazón no te salgas de tu lugar... —susurró por lo bajo, quizás solo para él mismo pues la rubia no supo qué fue lo que dijo.

Continuará... 

Temor |SIMBAR|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora