Capítulo 22

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Capítulo 22:

Una vez, dos veces, tres veces, cuatro veces y hasta cinco veces. No respondía. No quería que se terminara aquel momento, no quería que se echara a perder el hermoso momento que, por ahora, estaba viviendo. El maldito móvil no paraba de sonar y por más que quiera que se detuviera, el cacharro ese no lo hacía, todo lo contrario, insistía con más fuerza.

—¿No vas a contestar? —cuestionó la rubia, viéndolo raro.

—No quiero contestar —respondió con pesadez y embozó su cabeza en el cuello de la chica que descansaba a merced de sus brazos.

—¿Y si es algo importante? —le preguntó, otra vez.

El móvil volvió a sonar. Podría parecer exagerado, pero era como si la persona que hacía la llamada supiera que no le quería contestar por estarlo molestando y no dejarlo seguir acostado con semejante belleza.

La de ojos azules se apartó de él y se levantó, sin importarle que se encontraba semidesnuda, alargó el brazo para poder tomar el móvil que estaba en la mesita junto a la cama. Por un momento, uno muy corto, a decir verdad, quiso contestar la llamada, justo, así como hacen esas novias celosas, esas que celan a sus maridos o novios hasta con la perra de la casa. Pero no lo hizo, por dos simples y sencillas razones: la primera, ella no era la novia ni la esposa de Simón. Y la segunda, justo quien llamaba, era la novia de Simón.

—Toma —le dijo pasándole el aparato —. De seguro sí es importante —se levantó de la cama y se fue en dirección al cuarto del baño, cerrando la puerta tras de sí.

El mexicano vio la pantalla del móvil, se leía el nombre de «Jazmín», seguido de un Emoji de corazón, se lamentó por no haber borrado ese nombre. Se golpeó la frente con la palma de la mano, y haciendo un esfuerzo por no cambiar de opinión, aceptó la llamada.

—¿Hola? —habló con sequedad.

—Simón... —escuchó la voz de la chica del otro lado de la línea. Parecía dolida y como si tuviera la garganta seca —¿Podemos hablar? Necesito hablar con vos.

—Jazmín, creí que entre tú y yo... —pero ya no pudo continuar, ella lo interrumpió.

—Por favor... —rogó desesperada —. Es importante para mí, Simón.

—¿Dónde y cuándo? —preguntó derrotado.

La pelirroja le dio la dirección de su departamento, el que, hacía muy poco sus padres que le habían comprado para que se independizara y pudiera hacer su vida sin limitaciones. Se dio media vuelta, aun estando acostado, quedando con la cara sobre las almohadas y tratando, lo más posible, de no respirar.

—Tengo que salir —le informó a la rubia, que se hallaba sentada en el sillón de la sala —. Yo... regreso luego —quiso despedirse con un beso en la mejilla, pero no pudo, la chica se apartó.

—Que te vaya bien —le dijo a tajante. Ni idea de por qué se comportaba de esa manera. Solo le nacía hacerlo, y lo hacía.

—Gracias —apartó la mirada con decepción. Él tampoco tenía idea de por qué la chica se comportaba de esa manera.

Se dirigió hasta la puerta, la abrió y vio por ultima vez el rostro de la chica. Ella era perfecta hasta inclusive estando enojada.

De camino hacia el ascensor, se detuvo en seco al notar que, en ningún bolsillo de su pantalón, estaba el aparto por el cual estaba emprendiendo esa salida: su teléfono móvil. No le quedó de otra que regresarse a traerlo.

Tocó el timbre y en unos cuantos segundos la chica rubia apareció del otro lado de la puerta, lo miró con la mirada seria y como esperando una respuesta por una pregunta que, no había formulado pero que en su mirada se leía: «¿Qué quieres?»

—Que se me ha quedado el móvil —rio nervioso —. Qué tonto...

Volvió a salir, pero después que la chica cerrara la puerta, sin decir una sola palabra, se acordó del porqué había tocado el timbre y no había abierto la puerta por sí solo. No llevaba las llaves. Volvió a tocar el timbre y otra vez, la rubia apareció con cara de disgusto.

—Mis llaves. Lo siento —se excusó divertido.

Ámbar rodó los ojos con desesperación y volvió a cerrar la puerta cuando el chico ya estaba fuera. Se dirigió hasta el sillón, otra vez, pero antes de poner el culo sobre este, el timbre volvió a sonar. A este chico ya se le estaba haciendo costumbre.

—Adivino, se te quedaron los zapatos —mencionó sarcástica.

—No, se me olvidó esto... —y la besó. Aunque ella se quisiera hacer la fuerte, esos besos la derretían como hielo al sol. Al fin y al cabo, terminaron dándose un acalorado beso que, ella quería fuera interminable, pero el chico lo que terminó haciendo fue irse sin cerrar la puerta, solo para molestarla y que fuera ella quien lo hiciera.

De nuevo, el timbre volvió a sonar y ella rio divertida. Simón estaba loco. ¿Qué se le quedaría ahora? ¿Con qué excusa le saldría? Dios, ese chico era todo un caso.

—Hola, cariño —ese «cariño» se escuchaba tan repugnante en esa voz tan asquerosa.

Miró el papel donde había anotado la dirección, no estaba tan lejos de su departamento, pero no quería caminar, lo mejor sería irse en taxi y para pensar en los posibles reclamos, aclaraciones o lo que sea que fuere que Jazmín fuera a darle.

—Ya estoy aquí —dijo al momento en que la vio abrir la puerta de su departamento.

—Pasa —le dio espacio para que pudiera entrar en la sala de estar.

Se fue a sentar al primer sillón que vio, un mueble bastante espacioso, de piel blanca, a juego con las paredes de color rosa pastel y con la gran alfombra esparcida por gran parte del piso.

—De qué... —no quería hablar primero, pero cuanto más antes lo hiciera, más pronto se iría —¿De qué quieres hablar?

—Simón, yo... —la chica sufría. Lo sabía, se notaba a leguas —. Simón, yo te amo, te amo demasiado... —se arrodilló partida en lagrimas y apoyó su cabeza en las piernas del chico. Aquella era una situación vergonzosa.

—Jaz, Jaz... —la tomó por el mentón y la obligó a verla a los ojos, no de manera brusca, todo lo contrario —. Jaz, mírame. No llores, por favor —le besó la frente —. No te mereces eso, guapa —le sonrió cariñoso —. Te quiero, hermosa, te juro que sí, pero... —tragó saliva —. Pero, lo que sentía una vez por ti, ya no existe, al menos no de la misma manera —le sobaba las mejillas con sus dedos pulgares.

—Es que, mirate como sos. Sos el chico perfecto, sos gentil, guapo, y tenés más cualidades que enamoran y que ni siquiera puedo mencionar sin parecer grosera o atrevida —sus lágrimas no cesaban —. Ni siquiera puedo odiarte porque no me tratás mal. Sos demasiado bueno con todos, conmigo, sos un ex demasiado extraño, sos todo lo que quiero tener en mi vida, Simón.

—Quisiera poder corresponderte, quisiera seguir sintiendo lo mismo que sentía por ti, pero... —lo interrumpió.

—No me amás, lo sé —se resignó —¿Hay otra? Te gusta otra chica, ¿verdad? —el silencio del mexicano le respondió sus dudas —. Sin duda. Me alegro por ella.

Por otro lado, una nota estaba oculta tras un cojín del sillón de la sala de estar de Simón y una chica escapaba con lagrimas en los ojos y con todo el dolor de su alma.

—Lo siento mucho, Simón...

Continuará...

Sorrryyyyyyyy ayer tuve problems

Temor |SIMBAR|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora