Capítulo 28

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Capítulo 28:

Nunca se había enorgullecido del dolor de las demás personas. Nunca se sintió bien el ver a alguien sufrir por algo. Sufrir por amor.

Ella amaba a ese mexicano. Lo amaba bien, pero no negaba en su mente que verlo sufrir por amor, en su interior se sentía bien. Si en realidad lo amaba, ¿qué clase de amor es ese? Ver que la persona que amas está sufriendo y en lugar de apoyarla, aconsejarla, te sientes bien por su dolor.

No, eso ni en china podría considerarse como un buen amor.

En realidad, es que ella lo veía como una segunda posible oportunidad. Pero ¿oportunidad de qué? De enamorar al chico de sus sueños. Volverlo a enamorar.

En cambio, ella también se llevaba su parte de sufrimiento. Si el chico la había dejado desde un principio, era simplemente porque ya la había olvidado, o quizás, «olvidar» no era la palabra o la expresión correcta. Él solo había dejado de amarla como antes lo había hecho, si es que lo hizo. La comenzó a ver de una manera diferente y lo peor de todo es que fue sincero con ella, porque si todo hubiese sido al revés y él la hubiera engañado, tal vez eso sería algo para engañar a su cerebro y poder olvidarlo.

Pero no, Simón no era así, y en cierto modo, eso era lo peor de él.

—Simón, sé que no soy la persona indicada para decirte que no te sientas mal, yo personalmente sé lo que es que te rompan el corazón... —estaba comenzando a dudar si las palabras que salían de su boca eran de aliento o pedradas contra el moreno —. El punto es, que no quiero que estés de esta manera, aunque no lo creás, me pone mal verte de esta manera.

El mexicano se dejó caer con el periódico en las manos y sin despegar la vista de aquella imagen que parecía estar rociando ácido en sus ojos, y estar perforando su corazón.

Lo malo para él, era que no quería dejar de verla.

No parecía real, o eso quería creer. Que en realidad todo aquello no estaba pasando y que ese mal sueño comenzó desde que una noche llegó a su casa y en lugar de encontrar a una rubia hermosa en todo el sentido de la palabra, lo único que encontró fue la soledad rodeando todo el lugar y tiempo después, una carta con lo que pretendía ser una pega con la cual podría reparar su corazón, pero era todo lo contrario. Esa carta lo dañó todavía más.

—Esto no es real, ¿verdad? —le preguntó a la chica, por fin apartando la mirada del papel.

—Quisiera que lo fuera —en realidad no quería eso —, pero es la verdad, Simón, y para nuestra mala suerte, muchas veces la verdad duele mil veces más que cien mentiras.

—¿Por qué me pasa esto a mí? —preguntó como si la chica tuviera una respuesta.

—No sé, pero soy muy creyente en el karma, ¿sabés? —a veces se odiaba cuando la sinceridad se le salía por lo poros.

El chico hizo lo que pareció una sonrisa cargada de amargura para luego estrellar su puño contra el frío asfalto. La pelirroja se alarmó ante ese hecho.

—Simón... —se arrodilló junto a él —. No es necesario que te lastimés, no te hagás daño, por favor —suspiró profunda —. Ven, vamos por un café —intentó levantarlo, pero el chico era muy pesado. Él se puso de pie.

—¿Por qué lo haces? —cuestionó sin verle a la cara —. No tienes que hacerlo. No estás obligada solo porque tuvimos algo en un pasado, yo de ti estaría odiándome.

—Porque, aunque vos no lo creás, te sigo amando, Simón... —confesó como si se tratara de lo más normal del mundo —. Fuiste, sos y vas a ser el primer y único amor de mi vida. Creéme que, aunque intenté buscar una excusa para odiarte, fue algo completamente imposible. Te amo, chico tonto —se detuvo y por consiguiente el chico también. La pelirroja lo miró a los ojos y con una sonrisa tierna le acarició la majilla —. Vamos a mi casa, está más cerca.

—Gracias... —susurró Simón con un poco de vergüenza.

—¿Gracias? —hizo un gesto de confusión —¿por qué?

—Por no odiarme. Porque si hubieras sido alguien más, te estarías riendo de mí.

—Ya te dije que no puedo odiarte, aunque lo intente —le sonrió sincera —. En todo caso, de nada, yo sé que soy genial —se rio de ella misma, contagiando la risa al muchacho.

A ella siempre le había gustado verlo sonreír.

Sentir de nuevo el perfume con olor a rosas que solía usar Jazmín flotando en el aire e impregnarse en su ropa, era una sensación que siempre le había gustado, esta vez, no era la excepción. Ver lo colorido del lugar, sentirse en confianza y en casa cuando se estaba con ella, amaba eso de ella.

—¿Con o sin azúcar? —preguntó Jazmín de un momento a otro.

—¿Qué cosa? —respondió el mexicano sin saber a qué se refería la pelirroja.

—El café —sonrió divertida.

—Sin azúcar está bien

La muchacha se dirigió a la cocina a preparar un poco de café americano. Nunca le gustó sin azúcar, pero si era para el chico por el cual se le caían las babas, estaba bien consentirlo y darle lo que quería.

Al llegar hasta la sala, donde el chico se encontraba tirado en el sillón, ocupando todo el espacio y con el brazo cubriendo sus ojos, decidió caminar sin hacer ruido, los zapatos que andaba puestos no ayudaban mucho.

Siempre le gustó ver sus labios. Se miraban bien, y probarlos, eso era cosa que pocas podían hacer.

Dejó la taza con el café en una pequeña mesita que estaba como centro de sala y acercó su rostro hasta quedar muy cerca del contrario. Quería besarlo allí mismo, pero eso estaba mal. Se estaría aprovechando y el chico obviamente vería mal eso. Decidió que era mejor apartarse.

—Siempre me gustó tu perfume —la voz ronca del moreno la sorprendió, así como sus manos siendo sostenidas por las de él.

—Ah, ¿sí? ¿Por qué? —una pequeña sonrisita adornó sus rojos labios.

—No lo sé. También me gusta mucho tu labial —ahora fue él quien se acercó peligrosamente a su rostro.

—Eso suena extraño —dijo risueña.

—Tu ropa mucho más —susurró seductor.

—En el suelo se ve mejor —esa había sido la insinuación más grande que ella le había hecho en su vida.

Los dos terminaron convirtiendo el frio en calor, el dolor en pasión y de la cama un desastre.

Cuando él la tocaba, cuando la besaba, cuando todo iba cada vez más rápido, ella sentía que esos besos y todas esas caricias en realidad no eran para ella. Que, en realidad, en la mente de Simón solo estaba una chica, y para su desgracia, esa chica no era ella.

Él, él solo quería arrancarse a Ámbar de su subconsciente, de su piel. Quitar todos sus besos, las caricias que una vez ella le regaló. Pero llegó a un punto, donde esa rubia ya no estaba en su mente, donde en lugar de ver una cabellera rubia, lo que en realidad veía era una preciosa pelirroja que gemía ante cada beso, sudaba y jadeaba como si hubiese salido de un maratón interminable.

Todo terminó sintiéndose bien para ambos. Pero muy dentro de sí, sabían que ambos solo intentaban dejar escapar un sentimiento del pasado. Ambos solo querían olvidar que la persona a la que amaban estaba rota y por culpa de la misma persona.

—Simón... —llamó la pelirroja regulando la respiración.

—Dime... —la miró sonriendo.

—No te tomaste tu café

Continuará...

Intentaré subir capítulos lo más seguido posible. Ahora estoy en clases y créanme que se me dificulta estar escribiendo cuando tengo que preocuparme por otras cosas. Pero si votan y comentan en este capítulo y en todos los que se vienen, tendrán capítulos casi a diario a partir de hoy.  

Tengo un secreto enorme para ustedes, ¿Ya lo descubrieron? ¿Sí? ¿No? 

Si quieren una pista, aquí la tienen: #

Temor |SIMBAR|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora