desagradables sorpresas

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En la segunda semana del mes de diciembre, los jefes de las casas reunieron a todos los alumnos de Hogwarts mayores de cuarto año en el Gran Comedor. Helena se sentó en su sitio de siempre, sola, y se dispuso a esperar a que los profesores hablaran. Ya todos estaban en silencio, excepto dos alumnos de la mesa de Gryffindor.

- ¡Potter! ¡Weasley!, ¿queréis atender?

La irritada voz de la profesora McGonagall restalló como un látigo por toda la estancia, y tanto Harry como Ron se sobresaltaron.

- Ahora que Potter y Weasley tendrán la amabilidad de comportarse de acuerdo a su edad -dijo la profesora McGonagall dedicándoles a ambos una mirada de enfado-, tenemos que deciros algo a todos vosotros.

El profesor Flitwick, jefe de la casa de Ravenclaw, tomó la palabra a continuación:

- Se acerca el baile de Navidad: constituye una parte tradicional del Torneo de los tres magos y es al mismo tiempo una buena oportunidad para relacionarnos con nuestros invitados extranjeros. Al baile sólo irán los alumnos de cuarto en adelante, aunque si lo deseáis podéis invitar a un estudiante más joven...

- Será obligatoria la túnica de gala -prosiguió el profesor Snape-. El baile tendrá lugar en el Gran Comedor, comenzará a las ocho en punto del día de Navidad y terminará a medianoche. 

Después de esto, Helena se resignó y dejó de prestar atención. No iría a aquel dichoso baile. No formaría parte de ese grupo de niñas tontas que están deseando que alguno de los campeones les invite a bailar. Definitivamente no. 



Helena nunca había visto que se apuntara tanta gente para pasar las Navidades en Hogwarts. Ella siempre lo hacía, porque la alternativa que le quedaba era pasarlas en la otra parte del mundo, donde se encontraban sus padres. Aquel año, en cambio, daba la impresión de que todos los alumnos de cuarto para arriba se iban a quedar, y todos parecían obsesionados con el baile que se acercaba, sobretodo las chicas. Chicas que reían y cuchicheaban por los corredores del castillo, chicas que estallaban en risas cuando los chicos pasaban por su lado, chicas emocionadas que cambiaban impresiones sobre lo que llevarían la noche de Navidad...

En cambio, Helena rondaba sola por los pasillos. Le gustaba estar fuera cuando nevaba, a pesar de que todo el mundo quería cubrirse dentro del castillo. Le gustaba sentarse sobre la nieve y observar el cielo. Le gustaba estar sola consigo misma. 

Cada día de la última semana del trimestre fue más bullicioso que el anterior. Helena ya se estaba arrepintiendo de quedarse en Hogwarts por Navidad. Justo en ese momento, Helena se dirigía a la cabaña de Hagrid para tomar aquel té que tanto le apetecía.

- ¡Buenas! -dijo Hagrid con entusiasmo cuando Helena llamó a la puerta. Fang, el perro jabalinero, también ladró en forma de saludo. 

- Hola, Hagrid -saludó la chica dándole un abrazo al guardabosques-. ¡Hola, chico! -dijo después, acariciándole el lomo a Fang.

- Siéntate, Hel, el té ya está casi listo -dijo Hagrid mientras le echaba enormes tacos de hielo a un enorme vaso de cristal. Helena dio un saltito para sentarse en la también enorme silla, y se apoyó en la mesa. Fang dejó caer su cabeza sobre el regazo de la chica, y está comenzó a acariciarlo con delicadeza-. Aquí tienes -dijo Hagrid con una amable sonrisa poniéndole el vaso enfrente.

Helena, sin esperar si quiera un segundo, se llevó el vaso a la boca y dio un sorbo. Automáticamente, todo en su interior se calmó. Sabía a frutas del bosque, y estaba congelado.

- ¿Y bien? ¿Qué tal? -preguntó Hagrid mientras se sentaba en la silla frente a Helena.

- Está delicioso, Hagrid -contestó ella dando otro sorbo. Hagrid rió levemente.

- No me refiero al té, mi niña -arrastró la silla para estar un poco más cerca de Helena-. Hablo de ti. Sé que no estás bien. ¿Es sobre Harry?

Helena se atragantó.

- Por favor, Hagrid, no lo menciones en mi presencia -pidió Helena. Sabía que este tema tendría que salir, pero no esperaba que tan rápidamente.

- Vamos, Helena, no puedes vivir toda tu vida odiando a una persona -dijo Hagrid con voz amable.

- Hagrid, sabes lo que pasó -dijo Helena con la voz entumecida-. Lo sabes.

- Debes dejarlo pasar, y vivirás mejor contigo misma. Conoce a otra gente. Piensa en otras cosas. No pienses que eres un fenómeno. No pienses que eres un monstruo.

Sin saberlo, Helena ya había empezado a llorar. Justo cuando Fang le había traído un trapo para secarse los ojos, llamaron a la puerta. Hagrid se levantó a abrir.

- Chicos, no es el mejor momento -oyó susurrar a Hagrid, que había encajado la puerta lo suficiente para que Helena no pudiera ver quién estaba en el otro lado. Pero Helena lo sabía. Era obvio.

- No, Hagrid -dijo ella levantándose-. Ya me voy.

Hagrid soltó la puerta y Harry la empujó y entró para poder ver quién acababa de hablar. Se quedó estático. Ron y Hermione seguían en el umbral de la puerta.

- ¿Seguro? -dijo Hagrid con pena. Helena asintió sin mirarlo, y se dedicó a acariciar a Fang que seguía regocijándose en sus piernas. Hagrid se apresuró a darle un termo, que Helena supuso que contenía más té.

- Gracias, Hagrid -sonrió levemente y, sin mirar a Harry ni a los demás, intentó abrirse paso entre ellos. 

Pero, para sorpresa de la chica (y seguramente de todos), Harry puso una mano en su antebrazo, provocando que Helena frenara en seco. El rencor comenzó a resurgir dentro de ella. Harry apartó la mano rápidamente. Se estaba quemando. Helena había hecho que se quemara.

- No vuelvas a tocarme -dijo con voz dura y, ahora sí, abriéndose paso entre Ron y Hermione, consiguió salir por fin de aquella cabaña con lágrimas de fuego deslizándose por sus ojos.

fireproof; draco malfoy.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora