O8 Procesando informacion

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Después de la llamada a Andre había sentido que me ahogaba, literalmente.

Fueron tantas las cosas que se me pasaron por la cabeza, que casi creí estar a punto de desmayarme. La verdad, eso me habría gustado. Desconectar de todo y de todos me habría venido bien. Pero no, en lugar de perder el conocimiento, me quedé como una imbécil con el móvil en la oreja mientras Leon me observaba en silencio.

Creí que iba a encontrar burla en su rostro o que me iba a soltar un «te lo dije», pero no fue así. Esperó unos segundos y se marchó de mi habitación sin decir nada. Pasé el resto del día allí, tumbada sobre la cama y sin querer hablar con nadie.

No era el tipo de mujer que se hundía por un hombre. Además, en realidad aún no sabía qué era lo que pasaba exactamente. Era una profesional. Y, como tal, iba a dejar ese hotel listo para la portada del mejor de los catálogos. Mientras tanto, no volvería a llamar a ese cabrón. Por mucho que me costara, esperaría a que él se dignara a comunicarse conmigo. Le correspondía darme una explicación, pero yo no pensaba pedírsela.

En todo eso iba pensando,enojada más y más a cada segundo, mientras serpenteaba entre los árboles,hasta que me di de bruces contra algo. Contra alguien, en realidad.

—¡Ay! —me quejé cuando mi rodilla golpeó el suelo.

Me había caído más en los últimos días que en toda mi puta vida.

—¡Joder, Mila! —exclamó Leon sorprendido, con la mano en el pecho.

Al ver que lo miraba con cara de pocos amigos, se apresuró a ayudarme—. ¿Estás bien?

—Creo que sí —dije, en busca de un desgarrón en la ropa o algo así. Por fortuna, no llevaba nada al aire—. ¡Podrías mirar por dónde vas!

—¿Yo? ¡Mira quién habla!

Me crucé de brazos y me fijé en sus pantalones cortos y en su sudadera.

—¿Se puede saber a dónde ibas con tanta prisa? Estás como una cabra en este pueblo.

—Running, princesa. ¿Es que no tienen de eso en la gran ciudad?

Otra vez su fanfarronería. Lamente que no se hubiera caído de boca con nuestro golpe; habría sido genial verlo sin dientes. A lo mejor así no sonreía tanto.

—En la gran ciudad tenemos gimnasios, granjero.

Hizo una mueca de disgusto.

—Los gimnasios no pueden compararse con esto. Aire puro y unas vistas increíbles.

—Bueno, las vistas en los gimnasios tampoco están tan mal —dije y me encogí de hombros.

Él alzó las cejas y sonrió con satisfacción.

—¿Acabas de bromear conmigo, princesa? ¡Qué descaro! ¡Estoy abrumado!

Ahora fui yo la que sonrió un poco.

—¿Y quién ha dicho que estuviera bromeando? —continué divertida.

Dio una palmada.

—¡Bien, bien! Así me gusta.

Por unos segundos, los dos nos quedamos mirándonos con la misma sonrisa afable, hasta que nos dimos cuenta de que el silencio comenzaba a pesar y de que parecíamos bobos. Al menos, yo me di cuenta.

—Bueno, y... ¿Qué haces por aquí?

Creía que las princesas no madrugaban los sábados.

—Pues ya ves —repuse yo, obviando ya sin mucho esfuerzo que me llamara princesa—, necesitaba... despejarme un poco.

Todo apesta, incluido tú (León Goretzka)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora