14 Canalizar las malas vibras

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Los siguientes diez días fueron una pesadilla que no acababa nunca.

Me levantaba enojada, todos lo hacíamos, preguntándome qué mierda nos tendría el destino preparada para aquella jornada.

Dios, Buda, o quien fuera el que estuviera allí arriba (o abajo, o donde le pareciera) se estaba pasando. Debía de estar pasándoselo en grande con la que teníamos armada en la granja. Para empezar, el sótano ya no era solo un sótano, sino que, gracias al increíblemente moderno entramado de tuberías, había pasado a convertirse también en un pozo. Un pozo asqueroso.Leon nunca dijo nada

—¿Y qué esperabas para decírmelo? —le tiré en cara yo un día.

—Solo soy un hombre, princesa, los desastres de uno en uno —pidió desde el centro del pozo, empapado hasta los codos, mientras se peleaba con una tubería mal atornillada.

Habíamos entrado en diciembre, así que no quería ni imaginarme lo agradable de ese baño en aguas putrefactas.

Diciembre... ¿No era genial? Adiós a las navidades en Barcelona. Adiós a mis regalos. Adiós a todo lo que me hacía feliz. Esperaba que al menos Andre se dignara a aparecer en esas fechas.

No existen palabras en el mundo para explicar lo vomitivo que resultaba pasar por delante de la puerta del sótano sin contener la respiración..

El problema que no tenía pinta de solucionarse a corto plazo era Mats. Pasada la amabilidad del primer día, había dejado relucir su cara más exigente e insoportable. Desde su llegada, comencé a tachar los días en el calendario. En serio, cada día que sobrevivía a aquel infierno de gritos era un logro para mí.

—No puedes culparme por ser un perfeccionista, Mila —se defendió el día que le «sugerí» que se tomara las cosas con más calma.

—Solo digo que te tranquilices, estás poniendo a todo el mundo de los nervios.

—Vaya, eso me suena de algo... — Comentó Leon al pasar por mi lado antes de seguir su camino hacia el pozo.

Le lancé una mirada diabólica que se perdió en su espalda, así que de poco sirvió.

—Ah, ¿los estoy poniendo nerviosos, chicos? —preguntó en voz alta hacia ningún sitio en particular—. Vaya, cuánto lo siento, a lo mejor debería sentarme en ese sofá mohoso y esperar a que venga mi hada madrina a solucionarlo todo.

Estaba frenético. Gracioso, pero frenético. Me tenía los nervios de punta.

—Con lo que grita y que no se quede afónico... —Suspiró Lana a mi espalda.

Gruñí y bufé, exasperada.

—Cualquier día le arranco las cuerdas vocales con un puto alicate —vociferé.

—Tú ocúpate de dormirlo, jefa, y ya me encargo yo.

Me pellizqué el puente de la nariz.

—Jules, cierra el pico.

Él se encogió de hombros y siguió colgando el cuadro que Mats le había encargado.

—Bueno, puesto esto ya está —dijo tras dar el último martillazo a la alcayata.

Mats volvió con una cinta métrica que se le cayó al suelo en cuanto dirigió la vista a la pared.

—¿Qué diablos es eso? ¿Es que te has vuelto loco, Julian?

Eso sí, el acento lo estaba perfeccionando a pasos agigantados. Se había esforzado por que entendieran lo que les pedía. TODO lo que les pedía. Nadie podía negar su mérito.

Todo apesta, incluido tú (León Goretzka)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora