24 Una reveladora comparación

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Ese maldito me la había usado.No dejaba de darle vueltas, igual que no dejaba de dar vueltas yo por rinconcitos pintorescos del pueblo que empezaban a parecerme iguales.

—Cabrón alemán, voy a romperte las pelotas cuando te vea —mascullé en español.

Llevaba un rato haciéndome la misma pregunta: ¿me molestaba más que me hubiera puesto los cuernos o que me hubiera tomado por tonta? Y siempre llegaba a la misma conclusión: lo segundo. Sin embargo, volvía a preguntármelo una y otra vez para asegurarme y para tratar de encontrar una explicación razonable.

Porque, por una parte, saber que lo que más me importaba era mi orgullo herido me provocaba alivio, pero también confusión. Venía experimentando sentimientos encontrados hacia Andre en las últimas semanas hasta que, prácticamente, los había dejado olvidados.

¿Qué significaba todo aquello? Yo había planificado mi futuro muy bien, había creído tener muy claro lo que quería en la vida y a quién necesitaba en ella. Andre representaba todo lo que yo siempre había ansiado encontrar, estar a su lado me había hecho sentir importante, deseada, envidiada por todo el mundo. Ese había sido el problema, que yo me había forjado una imagen de Andre en la cabeza que no era real. ¿Quién era yo ahora? ¿Qué era lo que quería? ¿Qué iba
a hacer? El plan era venir a Alemania, poner en marcha el hotel y volver a mi perfecta vida de Barcelona cuanto antes.

—Vale, técnicamente, ella es la novia y tú la otra, así que le ha puesto los cuernos contigo —me dije en voz alta.

Eso era aún peor.

Por un momento, caí en la cuenta de que yo podía no ser la única y se me revolvió el estómago.

Y, de repente, pensé en Leon. Como polo opuesto, como contraste, como todo lo que Andre había demostrado no ser. Qué irónica era la vida. Al llegar, los había comparado y Andre había ganado por goleada. Pero ahora... Pensé en la sonrisas de León , en sus bromas, en sus idioteces que me sacaban de quicio, en nuestra competición de cervezas, nuestro paseo nocturno, nuestro juego de princesas y caballeros en la habitación de Ruth...

Me di cuenta de que llevaba un rato sonriendo, pensando en ese granjero impertinente que se había ido ganando mi confianza y mi afecto poco a poco.

—Mierda... —me lamenté en voz alta.

Sentir algo por un rústico sujeto al que le encantaba sacarme de mis casillas nunca había estado en mis planes. No, no, no. ¿Qué me pasaba para cambiar en unos meses a un director de hotel por un sujeto de pueblo? ¿Por qué cuando realmente me sentía yo misma era con Leon? En su presencia, no tenía que fingir ni aparentar nada, no había presión de ese tipo.

Suspiré y me paré en seco, dispuesta a volver a la granja y enfrentarme a las preguntas de todos, a pesar de que no pensaba responderlas. Pero entonces me percaté de que el sol se había escondido sin darme cuenta y apenas se veía nada bajo algunas luces salpicadas. Me había metido de pleno entre los viñedos y ahora me parecían un laberinto cuyas calles eran todas iguales.

Vale, no podía pasarme nada malo en ese pueblo, ¿no? Allí la gente era buena, no robaba alcohol, ni casas sin reja. Era gente de fiar. Aun así, ¿qué iba a hacer? ¿Gritar pidiendo ayuda?

Algo se movía a pocos metros, así que cogí la piedra más grande que encontré con una mano y agarré un palo con la otra.

—¿Eres un gato? —pregunté con voz aguda de nuevo en alemán—. Si eres un gatito, no tengas miedo, no te haré nada.

Otro crujido de hojas, unos pasos acercándose. Algo se movía a través de los arbustos, agarré la piedra y el palo con tanta fuerza que me hice daño.

Todo apesta, incluido tú (León Goretzka)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora