12 Dos batallas ganadas

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Me desperté antes de abrir los ojos.

Es decir, estaba consciente varios segundos antes. O quizás fueron minutos.

Dolorida, con la boca pastosa y los ojos acartonados, pegados y sensibles. La luz que se me colaba a través de los párpados ya me hacía daño. Dios... ¿Y ese dolor de cabeza?

Fui a meter la mano bajo la almohada, pero no la encontré. En su lugar, había algo mucho más duro e incómodo.

¿Dónde diablos estaba durmiendo?

Abrí los ojos en busca de respuestas, pero lo que vi no me aclaró nada en absoluto. ¿Por qué no estaba viendo un armario o una pared? O sea, lo que me habría encontrado de estar en mi habitación.

Fruncí el ceño mientras seguía con la vista la hilera de botones que tenía delante. El último terminaba a varios centímetros de un cuello masculino,  Abrí los ojos tanto que sentí que se me iban a salir de las cuencas. Sin bajar la vista, palpé de nuevo mi «almohada», que no era otra cosa que las piernas de Leon. Su bragueta estaba ahí mismo, a un par de centímetros de mi cara. Una pequeña montañita que, a esa distancia, parecía el Kilimanjaro. Así de cerca estaba.

Alcé un poco la cabeza para mirar alrededor. Estábamos en el sofá del comedor, en la granja. Él sentado y dormido como un tronco, yo con la cabeza apoyada en sus piernas.

Cerré los ojos con fuerza y los abrí. Varias veces. El Kilimanjaro seguía ahí.

—¡Pero qué carajo haces! —grité y me levanté de golpe cuando comprendí que sí, que la situación era real. Uf... Mal asunto. La bilis me subió a través del esófago y un pinchazo me atravesó el cráneo. Resaca in the morning. La guinda del pastel.

León soltó un grito y se llevó la mano al corazón.

—¡Por Dios,mujer! ¿Qué demonios pasa? ¿Se quema algo?

Estaba descalza y con los vaqueros de la noche anterior. Menos mal. Podría haber sido peor, podría haber estado en bragas o con todo el asunto al aire. Eso sí habría sido traumático. Un drama. Un desastre. Una aberración. ¿Por qué no me acordaba de nada? ¡Maldita sea!

Me alejé de él todo lo que pude y lo señalé con un dedo.

—Tú... ¿Qué crees que estás haciendo?

El chico bostezó sin contemplaciones antes de desperezarse. Y yo ahí, esperando una respuesta.

—Pues sufrir un ataque cardíaco, ¿y tú?

Gruñí. Estaba harta de esas contestaciones que no decían nada.

—¿Se puede saber por qué has dormido aquí? Y lo más importante, ¿por qué me has usado de manta?

Alzó tanto las cejas que le salieron varias arrugas en la frente.

—¿De manta? Eres tú la que me ha utilizado de almohada, princesa.

—¿Y cómo lo conseguiste? ¿Me drogaste? ¿Con qué objetivo?

—Hablas como si... «esto» —dijo y señaló el sofá— formara parte de un plan maléfico y pervertido. ¿Es que no recuerdas lo que pasó?

Una carcajada por su parte. Silencio por la mía.

—Mila ... ¿Es que no recuerdas nada?

—Pues no. —Tragué saliva y evité mirarlo—. ¿Qué pasó anoche?

Sonrió de forma misteriosa, regodeándose en mi ignorancia. El muy cabrón.

—Estabas tan... tan necesitada de algo de cariño.

Todo apesta, incluido tú (León Goretzka)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora