25 El caos esta cerca

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Me sorprendió alegrarme cuando crucé la puerta de la granja. Por primera vez, sentí que de verdad estaba volviendo a casa. Qué cosas.

—Menos mal que aún es domingo — dijo Mats —. Voy a terminar el día en el ¿Y Lana? —pregunté.

—Ha ido con Julián a ver cómo están los animales —respondió Leon , que estaba metiendo la maleta gigante de Mats en casa—. ¿Puedo hablar contigo?

Mats nos lanzó una miradita suspicaz y abrió una revista.

—Yo no los oigo.

Ya, como que eso era posible. Le indiqué a Leon que entráramos en la cocina y cerré la puerta.

—¿Qué pasa?

Levantó la mano, de la que colgaba una bolsa.

—Un regalo.

Me crucé de brazos y lo miré con desconfianza.

—¿No será otra corona, no?

Una sonrisa maliciosa.

—Tendrás que abrirlo para saberlo.

Abrió la bolsa y sacó una caja rectangular forrada de papel plateado que me entregó. Se sentó en una silla a esperar; yo me quedé de pie.

—No tenías que hacerme ningún regalo.

—No, no tenía que hacértelo.

—¿Entonces?

—Quería hacértelo; tener que y querer son conceptos diferentes.

Me senté en otra silla, frente a él. Me deshice del papel con cuidado y descubrí una caja roja con las letras «Nike» en blanco. Me quedé mirándola un rato sin saber muy bien qué hacer.

—¿Has acabado de leer? —se burló—. Vamos, princesa, solo es una palabra.

Levanté la tapa y me encontré con unos Roshe One negras con la suela y el signo de la marca en blanco.

—Son muy bonitas —solté, sin saber muy bien qué decir.

—Y son negras.

—Mi color favorito —dije como una tonta.

—Y el mío.

—Y el tuyo —repetí al mirarle a los ojos.

Quería decirle tantas cosas que no supe por dónde empezar.

—No sé cómo puedo agradecerte esto, y todo —dije después de un rato.

—Ya se me ocurrirá algo, no te preocupes. —Me guiñó un ojo—. De momento, podrías aceptar una sesión de running conmigo. ¿Qué me dices?

Entorné los párpados.

—Un momento. ¿Esto es para que entienda que con ejercicio físico no tengo que cortarme tanto con la comida?

—Por favor, princesa, me ofende que creas algo así —se defendió, aunque se notaba que estaba de broma—. Siempre tan retorcida.

Obviamente, lo había hecho por eso y no se esforzaba en ocultarlo.

—Ya, y yo soy la retorcida...

Se levantó y se dirigió a la puerta.

—¡Piénsatelo! —Y cerró de golpe.

Volví al comedor con la caja abierta en las manos, más confusa todavía que antes. ¿Ahora me hacía regalos? Vale, no eran las joyas de Andre, pero aquellos tenis significaban algo. ¿O no? ¿Lo hacían?

Todo apesta, incluido tú (León Goretzka)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora