16 Alta cocina para gente ordinaria

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—Lana, ¿tú tienes buena letra? — gritó Mats en español desde la cocina.

Lana puso la misma cara que los obreros, como si no hablara ese idioma.

—¿Qué es lo que quiere? —quiso saber Julian.

—Saber si Lana tiene buena letra — contesté yo. Julián alzó una ceja—. Ya, yo tampoco entiendo una mierda.

De vez en cuando, nos llegaba algún que otro olor delicioso de la cocina.

Al cabo de un rato, ella volvió de la cocina con el rostro agotado y perlado de sudor y un mantel doblado entre las manos.

—¿Qué...?

—No me pregunten —pidió ella—.Mi contrato de confidencialidad me lo prohíbe.

—¿Qué contrato? —preguntó Leon.

—El que he firmado en una servilleta, y no puedo decir más.

¿Por qué parecía que hablaba en serio?

Colocó el mantel y nos indicó que nos sentáramos, lo cual hicimos sin abrir la boca, por miedo a las represalias. Cuánto misterio. Cuánta tensión.

—¿Te ayudo? —se ofreció Julian.

—Nadie puede entrar en la cocina — repuso ella imitando el tono remilgado de Mats y puso los ojos en blanco.

—Sé a qué te refieres. —Asentí con la cabeza—. La cocina es su territorio.

—¡Lana! ¿Cuánto tiempo se necesita para colocar unos tenedores?

Las facciones de la pobre se deformaron por la angustia.

«Ánimo» dije sin voz, tan solo moviendo los labios.

—¡Ya voy!

Tardó un segundo en dar el último paso que la metería de lleno otra vez en el infierno.

—Tengo miedo —admitió Julian en un susurro.

—¿Miedo de qué? —preguntó Leon.

—De que no me guste la comida.

Leon le puso la mano en el hombro para tranquilizarlo y yo solté una risita, no lo pude evitar, a pesar de saber que se avecinaba otra tormenta mucho peor que la que seguía vomitando truenos ahí fuera.

Una hora despues

—Señorita, señores, gracias por su asistencia —dijo Mats con su tono falsamente dulce, el que ponía siempre que hablaba con clientes—. Lana, querida, ya puedes traer los platos.

—En primer lugar, pasaré a explicarles los platos.

Cogió dos de ellos y se los puso delante.

—Aquí tenemos unas tostas de foie con mermelada de arándanos salpicadas con escamas de sal —dijo y señaló el plato de su izquierda—. Y a este lado, la opción vegetariana: una ensalada de espinacas y granada con un toque de queso azul y almendras picadas, aderezada con vinagre balsámico, aceite de oliva y sal.

Las porciones eran ridículamente pequeñas, como en todos los platos de la alta cocina, pero tenían un aspecto increíble.

—Pueden probarlo, no se resistan.

La cara de los dos obreros no parecía indicar que se estaban resistiendo, más bien parecían preguntarse si probar aquello era buena idea. Al final, yo fui la primera que se lanzó por la ensalada.

—Exquisita —dije con total sinceridad.

—¿Lana? ¿Chicos?

Ella pasó de lo verde y se lanzó a por las tostadas.

Todo apesta, incluido tú (León Goretzka)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora