01 El juego sucio de mi jefe

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Abrí los ojos y, como las otras veces, me sentí una triunfadora. Una chica con suerte que compartía sábanas con el hombre de sus sueños. Alguien a quien la vida no podía irle mejor.

Me giré en la cama y me quedé observándolo con una sonrisa idiota en la cara. Estaba boca abajo, completamente desnudo tras nuestro encuentro animal, así que no pude evitar fijarme en ese trasero firme que pedía a gritos un mordisco. Bueno, uno más.

Respiré hondo mientras lo recorría con los ojos y apreciaba cada detalle de su cuerpo. Entonces pensé en lo mucho que me habría gustado inmortalizar aquel momento, tener la opción de volver a él siempre que quisiera, no solo a través de los recuerdos.

Bueno, ¿y por qué no?

Andre nunca permitía que le sacara una foto, pero estando inconsciente no podía negarse, así que decidí aprovecharme. Cogí el celular y disparé la cámara desde varios ángulos como si fuera una pervertida. Sonreí, satisfecha, cuando tuve unas diez fotos en mi poder.

La luz de la mañana ya se colaba a través de la cortina blanca, por lo que era fácil distinguir cada arañazo de su espalda sin necesidad de utilizar el flash.

Bajé la mirada un segundo a mis uñas y descubrí que tenía una partida.

—Ah... Carajo —gruñí cuando la miré a contraluz.

Andre se removió a mi lado, así que me apresuré a dejar el teléfono donde estaba y me arreglé el pelo.

—¿Mila? —preguntó, todavía con la cabeza bajo la almohada.

Ese acento iba a volverme loca. Esa forma de pronunciar mi nombre me encantaba.

—Estoy aquí —respondí, y me tumbé de nuevo junto a él—. Sigue durmiendo.

Lo besé en el hombro y empecé a acariciarle el pelo, pero entonces él abrió esos maravillosos ojos verdes y me dirigió una mirada que conocía bien.

Se fijó en mis labios un segundo antes de besarlos despacio hasta que volvimos a encendernos como la noche anterior.

Justo en ese preciso momento, mi celular empezó a sonar.

—No contestes —susurró él contra mi boca.

No me costó esfuerzo obedecer, pero el puto teléfono siguió sonando y sonando y empezó a cortarme la inspiración.

—Puede ser del trabajo —dije mientras estiraba el brazo hacia la mesilla de noche, pero antes de que pudiera siquiera mirar la pantalla,

Andre tiró de mí y me obligó a tumbarme. Se inclinó para rozarme el cuello con sus labios.

—¿Es que se te ha olvidado ya con quién estás?

Sonreí mientras me relajaba otra vez.

Al fin y al cabo, Andre era mi jefe. ¿Qué prisa podía tener entonces?

—No me acuesto contigo por eso —susurré, aún en tono juguetón—, no soy una cualquiera.

—Tú jamás serías cualquiera, nena, aunque te lo propusieras.

Le devolví el beso y traté de obviar el hecho de que no hubiera negado lo de «cualquiera».

Sus labios retomaron el camino que habían empezado en mi cuello y bajaron hasta mis clavículas, siguieron por mi esternón y se entretuvieron en mi abdomen. Andre acarició con los dedos el hueso de mi cadera.

—Cómo me gustas, preciosa...

Pero algo en mi cabeza se había puesto alerta.

—Escucha, Andre... Creo que deberíamos hablar.

Todo apesta, incluido tú (León Goretzka)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora