06 Trío de saboteadores

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Me despertó un ruidito de lo más curioso que no tenía nada que ver con el gallo. Con los ojos medio pegados, desubicada y agotada, consulté la hora en el celular.

Un gruñidito me sobresaltó. Cuando me incorporé en la cama, me encontré con una sorpresa que no esperaba.

—¿Pero qué...?

El cuerpo enorme y rosado de un cerdo me dio los buenos días. Y, por si eso no fuera lo suficientemente traumático, comprobé que estaba metiendo el hocico en mi maleta abierta.

Dios, ¿es que no podía salirme bien nada en ese estúpido pueblo?

Estiré la pierna y le di varios toquecitos con el calcetín.

—¡Oye! ¡Fuera, Porky!

Él gruñó más fuerte pero no se apartó.Yo me puse en pie y me llevé las manos a la boca.

—¡Mi ropa! Lana! ¡Lana!

El tocino  la había mordido, y orinado. En un arranque de rabia, me acerqué para espantarlo con mis propias manos, pero su reacción me dejó claro que no quería ser molestado mientras digería mi ropa.

—Eh, tranquilo, amigo... Yo estoy de tu parte, ¿sabes? No como jamón. Soy vegetariana.

Levanté las manos y me alejé a pasos lentos, sin darle la espalda. Luego salí de la habitación y cerré la puerta, dejándolo dentro. No sabía lo agresivo que podía resultar un cerdo.

Bajé las escaleras para exigir explicaciones o hacer rodar cabezas, que en este caso era lo mismo.

—¡¿Se puede saber quién me ha metido un cerdo en mi habitación?!

Grité. Y mucho. A nadie en particular. A todos, en realidad.

—Vaya, alguien se ha levantado con el pie izquierdo —dijo una voz irritantemente conocida—. Otra vez.

Busqué a Leon en la sala y lo encontré hojeando un periódico.

—Has sido tú —lo acusé.

—¿He sido yo? —preguntó haciéndose el tonto—. No sé de qué estás hablando.

—¡De ese maldito cerdo que se ha comido toda mi ropa! Tú me lo has metido en la habitación.

Enarcó una ceja.

—Mila, creo que deberías cambiar de almohada. No debes descansar bien por la noche, tienes mala cara.

Gruñí, grité y le arrebaté el periódico para estampárselo en la cara.

—¡No me vengas con tonterías!

—¡Eh, eh, eh! ¡Quieta! —Se hizo de nuevo con el periódico y lo apartó de mi vista—. ¿Por qué me culpas a mí de que un pobre animalito desorientado se haya colado en tus aposentos, princesa? Estás en el campo, esas cosas pasan.

—¡Claro! El cerdo ha metido la llave en la cerradura, ha entrado en casa y luego ha subido las escaleras para girar el picaporte.

Lo que más me jodía era que siguiera burlándose en mi cara. Estaba claro que había sido él, mentiroso.

—Repito: esas cosas pasan —volvió a decir con tranquilidad.

—Necesitabas vengarte por lo del agua, ¿no? Querías demostrar que nadie puede quedar por encima de ti. ¡Pues ya puedes largarte de esta casa!

—¿Me estás echando?

—¡FUERA! No quiero volver a verte en mi vida.

Me aguantó la mirada un momento y se puso en pie.

Todo apesta, incluido tú (León Goretzka)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora