03 Choque de temperamentos

545 28 18
                                    

Lo que tenía delante no podía ser real.

Sin duda alguna, debía de tratarse de un broma de mal gusto de Andre. Me había dado una dirección errónea a propósito o había instalado un holograma delante de la fachada para que el sitio se me mostrara como una granja sucia y descuidada. Tenía pasta, él podría hacer eso si hubiera querido. Seguramente me estaría grabando una cámara en ese momento y...

—Vaya... —murmuró con admiración Lana.

—¿Vaya qué? —gruñí—. ¿Es que esto también te parece una belleza?

Ella se encogió de hombros. Yo me pellizqué el puente de la nariz y procuré contar hasta diez para no soltarle una palabrota.

Aquello ya era pasarse. Eso era ponerme a prueba con premeditación y alevosía.

—Se suponía que esto iba a ser un hotel rural —mascullé.

—¿Y qué hay más rural que un granja? —replicó mi ayudante con esa inocencia suya tan desesperante.

—Por Dios ...

Me iba a dar un ataque de ansiedad.

El aire no entraba en mis pulmones con la misma facilidad que hacía un rato.

Ese cabrón de Andre lo que intentaba era matarme.

El sitio en cuestión estaba bastante alejado del centro del pueblo, rodeado por un montón de árboles y prados de un verde brillante. ¿Dónde  estaban los obreros y a qué habían estado dedicando su tiempo?

Antes de los diez pasos, me torcí el tobillo por culpa de una piedra.

—¡Maldita sea!

—¿No te has traído nada plano? — preguntó extrañada—. Vas a tener problemas si insistes en...

—¡Cállate! —bufé, roja de ira—. Ni una palabra más.

Traté de recomponer mi orgullo herido ¿cómo no iba a poder con cuatro piedras?

Me alejé airada y dejé atrás a Lana para rodear la granja. Procuré memorizar cada grieta, cada enredadera que se había apoderado de cualquier manera de una fachada mugrosa y llena de humedades, cada problema que tendría que solucionar.

Y entonces, mientras caminaba con la cabeza girada, sentí un golpe fuerte contra mi pecho, como si me hubiera chocado contra un muro. Caí de trasero al suelo y me llené de barro hasta los codos.

—¡La madre que me parió!

Iba a seguir echando sapos y culebras por la boca, cuando me di cuenta de que no se trataba de ningún muro. Una oveja enorme estiró el cuello hacia mí e intentó olisquearme.

—¡Carajo! —grité asustada

El animal no se asustó ni un poquito, sino que se puso a hacer su clásico baaa y se interesó más en el color de mis bragas. Tenía el hocico húmedo y sus pelitos me hacían cosquillas.

De repente, una mano tiró de mí con tanta fuerza que me puso de pie al primer impulso. Por un momento, creí que se trataría de Lana y su descomunal potencia, pero me di de lleno contra el pecho firme de un hombre alto y bien formado de ojos vivaces y barba de pocos días, que me miraba con una sonrisilla de suficiencia en los labios.

—Parece que a Cooper le has gustado —dijo en un alemán pausado, con voz masculina pero suave.

Me quedé mirándolo con la boca abierta, todavía incapaz de pensar con claridad.

—¿Qué...?

El chico se apartó un poco, pero no me soltó del todo. Entonces me miró lo pies. —Esa no parece la mejor opción para pisar una granja.

Todo apesta, incluido tú (León Goretzka)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora