07 Mis demonios

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Escuché voces y risas afuera, así que fui a ver qué diablos era tan gracioso como para distraerles de sus obligaciones.

Claudia y sus interminables piernas estaban allí, ofreciendo algunos bocadillos y bebidas a los chicos, aunque todos parecían más interesados en ella que en la comida. En especial, León, a quien la rubia dedicaba casi todas sus atenciones. Ambos reían mientras ella dejaba caer la mano sobre su hombro como por casualidad.

Aquello me enojo muchísimo. Yo me había rebajado ante León, pidiéndole que no se marcharan para no tener que alargar mi estancia allí, y esos imbéciles encontraban siempre una buena excusa para interrumpir su trabajo. ¿Cómo iba a largarme cuanto antes si parecía que la obra nunca iba a acabarse?

Me acerqué a grandes zancadas. La camarera apartó la vista de mi jefe de obras para mirarme.

—Ah, hola, Mila.

Su sonrisa fue aparentemente amable, pero sus ojos me indicaban que no se alegraba de verme.

—Hola... Querida —respondí yo, incapaz de recordar un nombre que, estaba segura, no había escuchado nunca. Al menos no la llamé Claudia—.

Veo que cuidas a mis chicos. Eres muy amable.

Desvié la vista hacia León solo un segundo, aunque no de forma intencionada. Él ya me estaba mirando sin un atisbo de humor en el rostro.

—Bueno, nosotros volvemos al trabajo —dijo él enseguida y se apartó de Claudia—. Gracias por esto.

Ella asintió sonriente y luego se volvió de nuevo hacia mí.

—Veo que te has bajado de los tacones —observó. Por su tono de voz y su barbilla en alto me pareció que me miraba con un poquito de soberbia.

Aquello fue como una bofetada.

—Ah, sí. Creo que es más apropiado para este pueblo y... su gente.

Ella captó mi dardo de inmediato,pero fue lo suficientemente educado como para no emitir ninguna réplica al respecto.

—Bueno, será mejor que vuelva al restaurante.

Qué manía con llamar restaurante a ese antro.

—Gracias por venir —le dije y le di la espalda esperando que no volviera.

Cuando entré en la casa, me dirigí directamente a Leon . Él se dejó arrastrar al vestíbulo sin objeciones, como si me hubiera estado esperando.

—Yo no la he llamado —se excusó.

—No te he preguntado porque, sinceramente, no me importa. Lo único que me importa es que cumplas con el horario de una vez. ¿Es tan difícil de entender?

—Cumplimos con nuestro horario, princesa, pero estás tan obsesionada con salir de aquí que, si por ti fuera, ni siquiera pararíamos para dormir.

—¿Ahora me llamas explotadora?

¡Soy yo la que lleva toda la mañana limpiando! ¡Soy yo la que tiene que andar detrás de todo el mundo para que cumpla con su trabajo! ¿También quieres que lo haga por ustedes? ¡Porque lo haré! ¡Claro que sí!

Lo dejé con la palabra en la boca y me dirigí hacia el salón otra vez hecha una furia. Todos se me quedaron mirando, callados, atentos a lo que venía a continuación. Empezaba a pensar que esos tipos se divertían con las discusiones entre su jefe de obras y yo.

—¿Qué carajo miran? —pregunté cogiendo el martillo—. ¿No es esto lo que quieren? ¿Que la chica de ciudad se ensucie las manos?. Comencé a golpear la pared con toda la fuerza que pude y, pronto, empecé a notar los beneficios que causaba en mi estado de ánimo. Euforia era lo que sentía. Aquello era mejor que cualquiera psiquiatra que cobrara cien euros la hora. Seguí golpeando hasta que me di cuenta de que mis golpes no surtían el efecto deseado. O al menos, no con toda la rapidez que yo quería. Estaba empezando a jadear y a sudar. De pronto, me sentí exhausta.

Todo apesta, incluido tú (León Goretzka)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora