― Vaya… Parece que hoy estoy de suerte. Dos visitas en un día…
La ironía implícita en la frase fue más que evidente. Cuando entré en la casa parecía algo más ordenada que la última vez, al parecer Sae la Grasienta iba a hacerle una visita diaria para traerle algo de comer y de paso recoger un poco lo que hubiera por medio. Nadie le había dicho que lo hiciese, en realidad, no tenía ninguna obligación. De todos modos, lo hacía. Del mismo modo que vino a mi casa los primeros días para que comiera algo diariamente.
― Vaya… Parece que yo también lo estoy. Estás sobrio… ―dije imitando su tono de voz.
Haymitch me miró de reojo para luego encogerse de hombros. Estaba sentado en la única silla que había en la cocina y tenía los brazos apoyados en la mesa. No había una sola botella a la vista ni ningún indicio que lo hubiera habido recientemente. No obstante, no me engañé a mí misma creyendo que estaba rehabilitándose. Estaba segura de que las tendría guardadas en alguna parte de la casa.
Sin molestarme en decir nada más, me adentré a la cocina y me senté descuidadamente en el borde de la mesa. Haymitch parecía algo cansado, seguramente había estado durmiendo. Se masajeaba el entrecejo con las manos mientras agachaba la cabeza intentando despejarse. No olía en absoluto a alcohol pero parecía que hubiera bebido durante toda la noche.
― ¿Lo habéis planeado para no dejarme dormir en todo el día o ha sido casualidad que esta mañana me encontrara a Peeta despertándome con la manguera?
Se notaba su mal humor. Estaba claro que Peeta no había tenido ningún miramiento en despertar a nuestro ex mentor y, muy en el fondo, me hubiera gustado verlo. ¿Con una manguera?
― Hacía mucho que no veníamos. Creíamos que…
― Hace mucho que nos conocemos, preciosa. ¿Por qué querías deshacerte de Peeta hoy?
El sonrojo no se hizo esperar. A veces me desconcertaba la capacidad de predicción de Haymitch. ¿Cómo podía saber algo así? ¿Lo habría notado Peeta? Tal vez lo habían estado hablando mientras yo iba a la tienda de reliquias y luego a la tumba de Prim. O tal vez se lo había comentado Haymitch. ¿Por eso había tardado tanto en encontrarme?
― No sé porque te sorprende. Prácticamente he adivinado todas tus intenciones desde que nos conocemos.
En eso tenía razón. Haymitch, aunque pasaba más tiempo ebrio que en condiciones de ser nuestro mentor, había sido el único que había adivinado todo lo que pensaba o me preocupaba del mismo modo que yo podía predecir sus intenciones. O al menos hasta que me traiciono con lo del Sinsajo, claro. En los primeros juegos nos comunicamos muy bien en la arena, y también supo lo que pensaba al final de todo, cuando tuvimos que votar por otros juegos del hambre, así que no era de extrañar que, ahora, también fuera totalmente transparente para él.
― Necesitaba hacer algo y tenía que encontrar una excusa para que se marchara. ―dije retirando la mirada y enfocando mis ojos hacia la ventana levemente abierta.
― ¡Ah, cierto! Que ahora vivís juntos, ¿no? ―dijo mientras se levantaba de la silla a trompicones y terminaba de desperezarse―. ¿Ya te has decidido del todo o sólo es una fase?
Mi rostro dejó claro que no esperaba ningún comentario similar a ese. Inconscientemente no quería entender a qué se refería aunque por su tono sabía que intentaba fastidiarme. Y siempre lo había conseguido, por lo que ahora no era diferente…
― No sé a qué te refieres ―dije incorporándome intentando que no notara mi enfado.
Haymitch se rió de mí. Sin mirarme siquiera se acercó a la nevera, la abrió y sacó una botella llena de leche (o al menos supuse que sería leche).
― Sabes perfectamente a que me refiero, preciosa. ―dijo después de dar un buen trago. El olor fuerte y embriagador me vino al momento. Decididamente, no era leche.
― Si te refieres al por qué Peeta vive conmigo… Es sólo por la noche. Por las pesadillas…
No sabía porque estaba intentando explicarme. Supongo que en el fondo sabía que estaba mal, que le hacía daño y no me merecía a Peeta. Eso era lo que me dijo Haymitch en una ocasión y seguía teniendo razón. Mientras pensaba en ello me vino a la cabeza la carta que tanto me había costado escribirle. ¿Qué estaría pensando en estos momentos? ¿Me odiaría? Por alguna razón el simple hecho de pensar en el odio de Peeta hacia mí logró romperme por dentro.
― Por supuesto… las pesadillas. ―dijo dejando la botella encima de la mesa y volviendo a sentarse en la silla―. Sólo voy a preguntarte algo.
Mi cabeza no había parado de pensar en todo aquello y la angustia logró hacer que me doliera el estómago. De repente sentí unas ganas irrefrenables de vomitar al escuchar el reproche implícito en las palabras de Haymitch. No porque me doliera su desprecio o su rudeza, sino porque despreciaba mi desconsideración y frialdad.
― ¿Cómo te sentirías si fueras tú la que amaras a Peeta? O mejor. ¿Cómo te sentirías si ya no te amara? ¿Si solo estuviera contigo porque le dan miedo las pesadillas? ―Haymitch cogió la botella y la agitó con los ojos entrecerrados para luego abrirlos de par en par mientras arqueaba las cejas. Luego me miró―. ¡Pero espera! ¡Eso ya ha pasado! ¿Cómo te sentiste cuando te odiaba?
Y exploté.
Cogí con rabia la botella que tenía entre las manos y la estampé contra el suelo derramando su interior. Haymitch no se inmutó, lo cual me enfureció todavía más.
― ¡He sido el Sinsajo! ¡Me habéis usado como una marioneta durante la rebelión! ¡Sabíais perfectamente lo que me había dolido que abandonarais a Peeta en la arena pero lo hicisteis de todos modos! ¡Si tengo estas pesadillas es por vuestra culpa! ¿Crees que no lo sé? ¿Que no sé que le hago daño dándole sólo la mitad de lo que es justo? ―dije gritando―. ¿Pero qué puedo hacer más? ¡Ya no se trata de si es justo o no! Nunca he querido herir a nadie, ¡pero mira! ¡Mira a tu alrededor y atrévete a afirmar que todas estas muertes no son por mi culpa! ¡Que el Sinsajo no ha matado a inocentes para lograr la libertad que tanto ansiabais! ¡No importa las intenciones que tenga, siempre hago daño a las personas que me importan! ¡Y ahora no es diferente!
Estaba tan furiosa que ni siquiera escuché el sonido de la puerta al llamar. Haymitch, si lo escuchó no hizo intención de ir a abrir. Por el contrario, se relajó en la silla mirándome directamente.
― Por fin. ―dijo dejándome totalmente desconcertada―. Pensaba que habías muerto con el presidente Snow.
Mis labios empezaron a despegarse intentando decir algo pero no sirvió de nada. Mi garganta, mi voz, no estaba por la labor. La puerta volvió a sonar haciendo que Haymitch volviera la mirada hacia la entrada.
― ¿Vas a abrir? ―dijo como si se tratara de mi casa en lugar de la suya.
Entonces, con los nervios de punta y la furia aún en mi interior, me dispuse a andar dando grandes zancadas hacia la puerta. Al parecer la había cerrado bien cuando entré.
Abrí la puerta para encontrarme con unos ojos azules que me observaban con curiosidad.
― Esto… ¿interrumpo algo? ―dijo con las cejas arqueadas.
― Nada que no pueda solucionarse con una manguera… ―dije recordando cómo había despertado a Haymitch esa mañana.
Peeta, que miraba con curiosidad el estropicio que había hecho con la botella de alcohol de Haymitch, rió ante mi comentario. Escuchar su risa me relajó y logró que dejara de estar de mal humor. Lo cierto era que su sonrisa siempre lograba relucir lo mejor de mí, por lo que agradecía mucho su compañía por ello. No obstante, tenerlo delante en esos momentos me recordó por qué había ido a casa de Haymitch y por qué había dejado solo a Peeta.
― Peeta… ―empecé a decir. No obstante él me detuvo antes de que dijera nada más.
―Traigo una sorpresa… ―dijo con algo de pesar en la voz. ¿O sólo había sido mi imaginación?
― ¿Una sorpresa?
Detrás de Peeta se asomó alguien que me era muy familiar. Alguien que no esperaba ver nunca más. Alguien que, tal vez, necesitaba recuperar.
― Hola, Catnip… ―dijo en un murmullo―. Supongo que no me esperabas…
Gale.
ESTÁS LEYENDO
Los Juegos del Hambre; MI ÚLTIMO DESEO
ФанфикLa historia después de la guerra. ¡Katniss y Peeta!