Desde que lo supe no pude dejar de darle vueltas una y otra vez. Siempre me había dicho que nunca tendría un niño, que no quería que pasara por los juegos ni que viviera con ese miedo. Pero ahora ya no había juegos, ya no había motivos para tener miedo. Y aun así… seguía teniéndolo.
Haciendo cuentas tuve la certeza de cuándo y por qué me había quedado en estado. Desde que nos habíamos casado, el hambre que había sentido en alguna ocasión en los juegos se había vuelto adictiva. Necesitaba de Peeta tanto como me era necesario respirar. Tal y como había calculado, estaba de dos semanas. Era curioso que un simple error pudiera dejarme embarazada. Una simple pastilla de nada.
Era el día de la celebración de la libertad. Como todos sabíamos, todo el mundo estaba invitado a una fiesta donde todos los distritos nos reuníamos en el nuevo Capitolio. Allí bailábamos, reíamos, comíamos y, simplemente, nos divertíamos. Era una reunión muy especial, y ese año hice mi primera presentación del disco “Sinsajo”. Canté una canción que titulé “Liberación”, y hablaba sobre lo que había sentido en la rebelión y cómo ha merecido la pena todo lo que habíamos hecho para lograr nuestra libertad.
Aunque al principio de la noche estuve muy solicitada por todos aquellos que quisieron felicitarme por mi proyecto, pronto Peeta me reclamó. En un momento que nadie prestaba atención, me cogió de la mano y prácticamente me arrastró hasta el interior del antiguo edificio donde se habían celebrado los juegos. Lo habíamos mantenido en pie para recordarnos a todos lo mucho que habíamos sufrido para llegar donde estábamos. Y pasó a ser un edificio histórico. De nuestra historia.
Las puertas estaban cerradas, sin embargo, para nosotros no era ningún secreto entrar a pesar de todo. La adicción era mutua, y Peeta poco podía hacer para reprimir sus impulsos cuando nos encontrábamos a solas. Lo malo era que esa noche había olvidado una diminuta y esencial pastilla que me permitía mantener relaciones sin quedarme en estado.
Solo una.
Con una sonrisa en los labios me miré la barriga, ahora algo más abultada. Debían quedarme unos pocos meses para dar a luz. Con la mirada perdida en el pasado, un pasado no muy lejano, volví a mirar hacia el exterior, donde Peeta estaba jugando con Finnick y la pequeña Prim junto con la bebe recién nacida de Johanna y Gale, otra niña. La llamaron Madge, en honor a una muy buena amiga de Gale y mía. En esos momentos, Peeta estaba tan feliz que todavía reía ahora al recordar el día que le dije que estaba embarazada.
Su cara había quedado petrificada ante la noticia, y sus ojos me miraron sin ninguna expresión. Al principio me asuste. ¿Qué le ocurría? Poco después empezó a balbucear cosas sin coherencia moviendo la boca como si fuera un pez.
― ¿Es… estás… estás… em… emba… embaraza…?
― Embarazada, Peeta, estoy embarazada ―repetí ayudándole a terminar la frase. Sin embargo, sus ojos se centraron en mi barriga, como si intentara ver lo que le estaba diciendo con los ojos.
― Pe… pero… ¿Cómo puede… puedes…?
― Fue la noche de la celebración, hace dos semanas… Me dejé… una pastilla y…
― Te dejaste… una pastilla… ―dijo repitiendo lo que había dicho.
― Peeta… ―dije preocupada―. ¿Estás bien?
Sin embargo, no me contestó, en murmullos no paraba de repetir lo que yo le había dicho. Y sin saber muy bien por qué, empecé a enfadarme. Con el ceño fruncido y con mi reciente mal humor, pasé por su lado y empecé a bajar las escaleras donde me encontraría con Gale, Johanna, Anne y el pequeño Finnick que estaba jugando con la pequeña Prim, la cual acababa de llegar junto con Effie y Haymitch.
ESTÁS LEYENDO
Los Juegos del Hambre; MI ÚLTIMO DESEO
FanfictionLa historia después de la guerra. ¡Katniss y Peeta!