Katniss; Lo sé

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Lo que le había dicho a Johanna lo había dicho de verdad. Estaba decidida. No iba a dejar que pasara un solo segundo más sin que él supiera lo que provocaba en mí. El bien que me hacía estar a su lado y el motivo por el cual quería que siguiera estándolo. No quería que creyera en esas estúpidas palabras que había escrito sobre que no sabía si podría amar y que de todos modos lo necesitaba a mi lado. Esas dos cosas no compaginaban nada bien. Tal vez, aunque no lo notase, estaba tan desequilibrada que no sabía ni siquiera cómo interpretar lo que sentía por Peeta. Al parecer, Gale lo tenía más claro que yo.  

Gale llegó a mí casa al poco rato. En cuanto entró por la puerta no pude evitar reírme interiormente al ver la cara de bobo que puso al ver a Johanna. Y tampoco me pasó por alto la sonrisa que había aparecido en el rostro de ella. Era tan evidente que incluso daba vergüenza. ¿Cómo podía ser que no se dieran cuenta? ¿Tendría esa cara yo también cuando Peeta aparecía por la puerta de mi casa todas las noches? ¿O cada vez que lo veía? Si era así, prefería seguir en mi ignorancia. Era vergonzoso.

Apenas cruzamos un par de palabras y Gale ya estaba saliendo de mi casa acompañado por Johanna. Dijo algo sobre Sae la Grasienta y que quería cenar allí, así que no les entretuve más y me despedí siendo prácticamente ignorada. No obstante, mientras veía cómo se alejaban, no pude evitar sonreír ―Y esa es la reacción que lo confirma―.Las malditas palabras de Gale volvieron a mi cabeza. Sí, definitivamente algo estaba pasando conmigo. Y ahora estaba completamente segura de que el culpable era Peeta.

Con los ánimos agitados y los nervios te punta, me dispuse a hacer algo que nunca había hecho; preparar algo para cenar.   

Normalmente, Peeta llegaba conmigo después de ir a hacer una visita a la reconstrucción del distrito. Aunque empezábamos los dos haciendo la cena, siempre acababa echándome de la cocina con su siempre persistente sonrisa. Eso, los días que estábamos juntos y no me iba a cazar. En tal caso, yo cazaba, él cocinaba.

La razón por la que yo no hacia la cena, ni la comida, ni nada, era muy sencilla; no sabía cocinar. En realidad, eso no era del todo correcto. No saber cocinar al menos conllevaría intentarlo, yo era un completo desastre. Si era algo hecho al fuego, seguro que se quemaba. Peeta solía bromear haciendo referencia a mi apodo como la chica en llamas, y por curioso que pareciera, aunque debería ofenderme cualquier comentario por el estilo, no lo hacía. Con Peeta nunca podría enfadarme. Porque compartía lo que había vivido, porque formaba parte de mí como nadie nunca había formado parte.

Mirando la cocina con cierto recelo, empecé a descartar ideas. Nada de fuego. Nada de cosas que tuvieran que hacerse en; microondas, horno o cualquier electrodoméstico que calentara algo. Así que decidí utilizar el pan que Peeta había hecho esa mañana y sacar algunas cosas para picar. No era gran cosa, pero puesto del modo correcto parecía una cena.   

Cuando terminé, me senté en la silla y miré la hora. Eran las ocho y media. A esas horas debería haber llegado ya, aunque agradecía que no lo hubiese hecho porque así tuve tiempo de preparar algo para cuando llegara. La escena me recordó un poco a cuando mi padre vivía y mi madre tenía que preparar la cena para todos. Me encantaba ver como mi madre esperaba a mi padre y como se le iluminaba la mirada cuando aparecía por la puerta.  Supongo que cuando se ama a alguien de ese modo, perderle es un golpe tan bajo que… Por un momento, imaginé que era Peeta quien no volvía nunca más a casa. Que no me perdonaba. Que en realidad me odiaba o simplemente ya no me amaba. En ese momento, justo entonces, entendí realmente a mi madre.  

Pasaron las horas, pero Peeta no apareció. Era muy tarde, así que supuse que ya no vendría. Tal vez no estaba enfadado por lo que yo creía. Tal vez, mi “confesión” no le había afectado de ningún modo. O le había afectado y por esa razón no quería volver. Tal vez no quería enfrentarse al dilema de decirme que ya no me amaba…

Los Juegos del Hambre; MI ÚLTIMO DESEODonde viven las historias. Descúbrelo ahora