Katniss; Un detalle para ti

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Había pasado una semana entera pensando en ello, pero no había encontrado el momento oportuno para escapar de todos los que se preocupaban de que no me volviera loca. Porque era evidente que después de todo lo que había vivido no estaba nada bien. Mi cabeza a veces no funcionaba como debiera. Veía imágenes de Prim por todas partes, de fuego en cada rincón de mi habitación. Aun así, doy gracias a Peeta por estar allí. Estoy segura de que de no ser por él habría cumplido con mi promesa y me habría reunido con Prim y con todos aquellos que la rebelión había destruido.

Sacudo mi cabeza por enésima vez en lo que llevo de tarde para intentar alejar los recuerdos. Habían pasado un par de meses desde que me trajeron al distrito doce. A mi casa de siempre. Me había costado dos meses alejar la confusión de mis ojos, exterminar los temblores y volver a tener fuerzas para, al menos, salir de casa. A Peeta lo habían trasladado al doce, como a mí, y cuando lo vi por primera vez en la Veta estaba plantando Primroses para hacer honor a mi patito, a mi querida hermana, a Prim. Después de eso, me obligó a salir de casa, a comer todos los días a mi hora, a no dormir más de la cuenta y a volver a cazar. Se había quedado todas las noches espantando mis pesadillas y me había abrazado cada uno de los días cuando mis ojos se teñían de miedo y empezaba a gritar sin apenas darme cuenta.   

Durante estos dos meses, él ha sido mi único apoyo. Sus pesadillas se calmaban cuando le acariciaba el rostro o cuando le besaba intentando acallar sus protestas. Aunque había sufrido mucho, parecía que mi presencia lo calmaba y le ayudaba, por lo que intentaba no alejarme nunca de él. Haymitch me advirtió que el veneno de las rastrevíspulas aún no se había disipado del todo, que tuviera cuidado porque podía volver a herirme si perdía el control. En realidad, aunque no por ello me alejé de él, lo que había dicho había resultado ser cierto. En una ocasión me empujó de la cama y me tiro al suelo pensando que era alguno de los hombres de Snow intentando infringirle imágenes horrorosas.  En otra volvió a intentar ahogarme pensando que aún seguía en el Capitolio y empezaban las torturas matutinas. No obstante, en cuanto decía su nombre parecía despertar de golpe y se alejaba todo lo que podía de mí. Permanecía un tiempo en un rincón hasta que los temblores pasaban y se quedaba dormido en el suelo. En esos momentos, cuando dejaba de temblar, me levantaba con una manta y le tapaba con ella para luego acurrucarme a su lado y seguir durmiendo. Porque sabía que, aunque se alejase para no herirme, me necesitaba. Del mismo modo que yo lo necesitaba a él.

Así que después de dos infernales meses, me había dado cuenta de que lo primero que él había hecho al llegar había sido lo que siempre hacía; preocuparse por mí.  La culpa empezaba a corroerme por dentro. No sabía cómo compensar toda la ayuda que me había brindado. Haymitch tenía razón, no me merecía a Peeta. Él lo había dado todo por mí, en cambio yo…

Pero eso iba a terminar. En ese mismo instante.  

― Tranquilo… sólo son flores, no bufes. –dije acariciando la cabeza de Buttercup.   

El maldito gato feo de Prim había decidido quedarse en su casa. Decía su casa porque él creía que era suya. Aunque no quería decirlo en voz alta, desde que Prim había muerto Buttercup parecía incluso apreciarme. Ojalá no fuera así, el gato me recordaba demasiado a ella. De todos modos, no podía deshacerme de él. Me seguía donde fuera que fuese. Casi parecía un apéndice más de mi cuerpo.  

Apartando de nuevo al gato de delante de mis piedras, cogí las flores atadas en una cinta roja y las deposité encima. Lo había pensado mucho y al final supe qué era lo que debía hacer. Durante esos dos meses yo había tenido un lugar donde podía hablar con Prim, donde podía llevarle flores aunque su lugar de descanso estuviera repleto de ellas. Pero Peeta no.  

Había perdido a toda su familia; sus hermanos, a su madre (aunque nunca me había caído muy bien) y a su… padre. Y sabía que a él era a quién más echaba de menos. Lo cierto era que le echaba de menos incluso yo. Había sido un buen hombre y no merecía ser olvidado.  Así que había pasado toda la mañana intentando escaparme de casa sin que nadie me viera. Había convencido a Peeta para que fuera a ver a Haymitch y comprobara que hubiera ingerido algo aparte de alcohol. No es que fuera una costumbre ir a visitarlo, pero me preocupaba lo que le pudiera ocurrir. Ahora sabía porque sufría tanto y no quería que muriera después de todo lo que había hecho por nosotros. Le debíamos mucho a pesar de que en una ocasión llegué a odiarlo.   

Los Juegos del Hambre; MI ÚLTIMO DESEODonde viven las historias. Descúbrelo ahora