Katniss; Coraza

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Supe, en el mismo instante en el que Johanna dijo que mi madre estaba aquí, que nada bueno podía traer aquello. No había asumido muchas cosas desde que la rebelión llegó a su fin, pero había aceptado al instante que nunca volvería a ver a mi madre. Sabía que la muerte de Prim la había destruido, que nunca volvería aunque su cuerpo siguiera presente. Que estuviera aquí… Sólo de pensar en las razones mis nervios empezaban a crisparse.   

Gale no conocía a mi madre en este sentido. Por esa razón, cuando intentó tranquilizarme no lo logró ni un poquito. Mi madre era un caso excepcional. Una criatura en peligro de extinción, por decir algo. Mi madre… en realidad no tenía muy claro si yo la conocía del todo bien. La única persona que llegó a conocerla de verdad había sido mi padre. Y él murió el mismo día que lo hizo su cordura.

Mi mente no había dejado de vagar por todas las probabilidades mientras corría a encontrarme con ella sin esperar a nadie. Esto tenía que terminar cuanto antes. No pude evitar contener la respiración cuando la vi allí, parada en el campo despejado de la Veta. Estaba cambiada, su cabello rubio lo llevaba trenzado hacia atrás y atado en un moño en la nuca. Unos cabellos se desprendían de su cabeza y caían por delante de su rostro, un rostro marcado por la angustia. Mi madre siempre había sido un mapa en blanco sin fronteras, ni caminos o señales.   

Me armé de valor para hablar en un tono normal, sin reproches, sin furia, sin decepción. Pero no pude ocultar mi asombro. Ni siquiera me di cuenta de que Gale, Johanna y… Peeta, me habían seguido hasta que estuvimos los cinco sentados en el pequeño local de Sae la Grasienta que se había restaurado. No se puede llamar conversación lo que tuvimos, pero fue mucho mejor que lo que mi madre dijo después. Aunque en un principio me sorprendió, luego reflexioné y supe que era algo deducible. Mi madre había creído, por el modo en cómo me comporté cuando flagelaron a Gale, que le amaba. Y aunque bien era cierto que en esos momentos no tenía muy claros mis sentimientos, sabía que no estaba enamorada de él. Ni de Gale, ni de Peeta, ni de nadie. Mi corazón se había congelado para que no fuera mutilado por el Capitolio. Lo había guardado dentro de una caja fuerte para que nadie pudiera dañarlo. Habían hecho trizas mi cuerpo, pero me propuse que nadie hiciera pedazos lo que llevaba dentro.  

Cuando todo terminó, cuando la vida empezó a recorrer mi cuerpo y a introducirse dentro de mí, supe que solo una persona podía hacer que mi corazón no se hiciera pedazos cuando mi coraza se desprendiera y estuviera expuesta al exterior. Cuando todo el dolor que había fuera entrara, sería él mi coraza, mi escudo. Y entonces no necesitaría guardar mi corazón en una caja fuerte. Solo necesitaría a Peeta.

Sólo a él.

Pero mi madre no lo sabía. Y yo no era buena expresando sentimientos. No sabía cómo hacerlo. Me había costado mucho decírselo a Peeta, y en esos momentos no me servía el consejo de Johanna. No podía demostrarlo.

¿O sí?

Mi cabeza no pudo hace más que mirar a Peeta cuando mi madre me preguntó cuándo iba a casarme con… Gale. Pero él no me miraba. Él estaba mirando a Gale. Mi mirada voló hacia él. Gale estaba desconcertado. Sus ojos se fijaron en una resignada Johanna que había bajado la cabeza y parecía haber sellado su corazón y sus palabras para siempre. Entonces miré a mi madre. Me sonreía. ¡Me sonreía! Y mi cabeza dejó de pensar en las posibles consecuencias de dichas palabras cuando caí en la cuenta de que algo muy malo debía pasar para que mi madre estuviera ilusionada por algo.

El tiempo se detuvo, sin embargo, cuando Peeta intentó marcharse. Entonces me di cuenta de lo que él podría estar sintiendo en esos momentos. Siempre me pasaba igual. No me daba cuenta de los sentimientos de los demás hasta que era demasiado tarde. Y entonces mis palabras salían atropelladas y aún tenía menos idea de lo que intentaba expresar. Solo una idea vino a mi mente cuando vi la espalda de Peeta intentando salir del local. Tenía que detenerlo. Tenía que hacerlo por él, porque se lo merecía, se merecía más que unas simples palabras dichas en la intimidad. Por mí, porque necesitaba decir en voz alta lo que mi corazón había admitido para sí. Por mi madre, porque necesitaba saber la verdad. Por Gale, porque tenía que saber que él era libre de lo que pudiéramos haber tenido y que Johanna era su futuro. Y por Johanna, porque su mirada volviera a encenderse, su corazón volviera a abrirse y su esperanza volviera a crecer.

Y lo hice. No estoy muy segura si fue el mejor modo, pero cuando mis labios rozaron los suyos, cuando fue allí, en medio de todos, creí realmente que esa era la primera vez que lo besaba de verdad. La primera vez que lo besaba para mí y no para la gente que estaba observando. No… En realidad no es eso exactamente lo que sentí. Lo que sentí fue que lo nuestro, por fin, se volvía real para todos. Sin dudas. Era mi chico del pan para mí, y todo el mundo sabía que era cierto. Que ese beso era cierto.

No obstante, cuando nos separamos supe que no podía terminar aquí con un; “Y fueron felices y comieron perdices” mi historia jamás terminara de ese modo. Y ahora, una nueva prueba final se acercaba. Una prueba que iba a dañar aquello que había guardado con tanto celo en la rebelión y en los juegos. Porque ahora mi coraza debía irse. Porque mi única coraza era de quita y pon, y cuando no estaba me sentía desprotegida.  

De todos modos, me armé de valor y les pedí que nos dejaran solas.

― Katniss… ―dijo mi madre con los ojos llorosos.  

― Mama… No hemos hablado de casarnos ni nada de eso… Pero quería que lo supieras. Tenías que saberlo y…

― Shh… ―me calló con un susurró―. Soy… muy feliz. Me alegro mucho, hija. Me siento feliz por que puedas volver a vivir.

En otras circunstancias habría jurado que mi madre pronunciaba dichas palabras con sarcasmo. No obstante, me sorprendí al saber con certeza que lo decía en serio. Entonces lo supe. Su llegada había sido poco usual y no era para nada bueno. Había una única pregunta para saber realmente qué era eso malo que sabía que ocurría.

― Mama… ―dije en un susurro preocupado―. ¿Por qué has venido?

― ¿Es que una madre no puede visitar a su hija…?

― Mama… ―repetí con el tono de voz que tiene una madre hacia una hija que está reprendiendo.  

Mi madre me miró con los ojos preocupados y luego miró hacia la mesa donde tenía las manos entrelazadas. Alzó los ojos hacia mí y sus palabras me dejaron tan helada que por un momento creí que había muerto.

― Hija, yo… me muero. 

Los Juegos del Hambre; MI ÚLTIMO DESEODonde viven las historias. Descúbrelo ahora