―Y yo que creía que no eras de las que huían… ―dijo mientras recorríamos el distrito 12―. No sé cómo ha podido ese chico fijarse en ti. Tienes menos tacto que yo, y eso es mucho decir…
Sí. Se podría decir que soy una cobarde. Y me avergonzaba darme cuenta de ello. ¿Cómo era posible que tuviera más agallas salvándole la vida a Peeta que diciéndole que…?
¿Cómo narices iba a decirlo en voz alta si no era capaz de confesármelo a mí misma? Gale se había equivocado. No podía escuchar a mi corazón, las palabras que él decía eran mucho más bruscas que las que pronunciaban mi boca. No era capaz de decir nada con coherencia. Ni siquiera sabía con exactitud qué era lo que le había dicho exactamente antes de encontrar a Johanna ―o que ella me encontrara a mí― y saliera por patas a la primera oportunidad.
Tal vez debería haberme planteado mucho antes lo que podría pasar cuando el tiempo pasara. El veneno de las rasteavíspulas aún persistía en su cuerpo, pero al menos él ya no creía que era un muto ni quería matarme. Al menos, no adrede. Sabiendo eso, ¿no podría haberme planteado que siguiera sintiendo algo por mí como había afirmado en los juegos?
No era de las que se fijaban en ese tipo de cosas. Nunca había tenido en cuenta que pudiera gustarle a alguien. ¿Por qué debería pensar eso? No era el tipo de chica que llama la atención. No soy simpática y no suelo comunicarme mucho con la gente. ¿Por qué alguien tendría que considerarme lo suficientemente atractiva como para pasar por alto todo lo malo que había en mí? Tampoco era guapa, así que no entendía que alguien pudiera sentirse mal por que yo no le correspondiera. Tal vez lo habría aceptado si Peeta se hubiera enamorado de mí en los juegos. Le había salvado la vida y habíamos hablado. Pero él afirmaba que lo estaba desde mucho antes. ¿Qué habría visto en mí? Así que si yo no era capaz de verlo, ¿cómo darme cuenta de que alguien sí lo veía?
Eso era lo que me había estado preguntando todo el rato hasta que al fin encontré a Peeta. Pensaba que estaría en su casa, que era donde había dicho que iría, pero se me ocurrió ir por el camino largo mientras mi mente vagaba en lo que le diría cuando lo encontrara y llegué al cementerio. Y él estaba allí.
Mi respiración se agitó mientras me daba cuenta de que mí momento estaba llegando. Tenía que pensar con rapidez. En cualquier momento sabría que estaba detrás de él y tendría que decir algo.
Se me rompió el corazón verle de ese modo. Postrado delante de la lápida de su padre escribiendo una frase que era preciosa. No podía verle la cara, pero podía predecir, por el movimiento de su espalda, que estaba llorando.
Me entraron ganas de ponerme a su lado y llorar con él. Así que, dije lo primero que se me paso por la cabeza para que se diera cuenta de que estaba allí. ¿Y qué fue lo primero que dije? Oh, sí. Un simple ―es muy bonito―. Pero Peeta no se inmutó. Era normal. Seguramente en esos momentos me odiaba. ¿Cómo podía ser tan insensible? Tendría que haberme planteado antes lo que sentía por él y dejar de jugar con sus sentimientos. Pero lo cierto era que no había pensado en eso en ningún momento. Lo único que sabía era que necesitaba su compañía a cualquier precio. Por eso le había escrito la carta, para que supiera que no hacía las cosas para hacerle daño, que simplemente lo necesitaba. ¿Significaba eso que lo amaba? Según Gale, sí. Él lo había notado enseguida por un simple comentario. ¿Por qué, entonces, no se había dado cuenta Peeta y me ahorraba así el mal trago? Yo no era de las que expresaban sus emociones y sentimientos con soltura. Eso lo hacía él. Y muy bien, la verdad. Sus palabras eran siempre preciosas y lograban enternecerme de un modo que nadie había conseguido antes. Como lo que me dijo sobre sus pesadillas cuando le pedí que me despertara cuando las tuviera. Me emocionó profundamente que dijera que sus pesadillas eran sobre perderme y que se le pasaba en cuanto despertaba y me veía a su lado.
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Los Juegos del Hambre; MI ÚLTIMO DESEO
FanfictionLa historia después de la guerra. ¡Katniss y Peeta!