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Los dedos delgados de la princesa acariciaban las hojas de los libros como si estuvieran hechas de terciopelo, leer los distintos nombres de sus familiares de épocas pasadas no le transmitía nada más que aburrimiento, sólo pudo reconocerlos hasta la generación de su bisabuela y después de ella el apellido Wolfhard era lo único que compartía con las personas en esas páginas. Llevaba varios días estudiando su árbol familiar, prácticamente leía el mismo libro una y otra vez en busca de claridad y aún así, no lograba encontrar nada que la ayudara. Pasó de hoja y aunque estuviera leyendo las características de su pariente su mente estaba demasiado ocupada pensando en la reunión que había tenido con su familia, su padre solía utilizar medidas correctivas drásticas pero nunca amenazaría con cambiar la línea de sucesión a la ligera si de verdad no lo considerara necesario. Freya se mordió el labio. La cara de su hermano habló por sí sola cuando el rey lo colocó sobre la cuerda floja, Fionn nunca aprendió a ocultar sus emociones como lo había hecho ella por mucho que se esforzara, así como Freya nunca desarrolló la mente fría del príncipe. Ya habían pasado dos horas desde aquella reunión y sus sentimientos encontrados no la dejaban pensar con claridad, después de que Fionn abandonara la Sala del Consejo el rey le dijo algo que la desconcertó por completo. La corona de obsidiana palpitaba en la cabeza del rey al igual que la vena de su frente cuando se recargó en el respaldo de su silla y volteó a mirarla con atención por primera vez desde su llegada, su rostro seguía frío y serio al dirigirse a ella con las siguientes palabras:

—Prepárate, hija.

Después le ordenó que se retirara. Así nada más... sin decirle algo que le aclarara lo que acababa de ordenarle... de confesarle. No sabía para qué debía prepararse, o tal vez solamente se negaba a creer la respuesta.

Una de sus doncellas le jaló un mechón de cabello sacándola de sus pensamientos, los ojos helados de Freya miraron a la muchacha con tal furia que su cabello tembló en los dedos de la doncella y apenas pudo titubear una disculpa, y de no ser porque debía utilizar el resto del día pensando en qué demonios debía hacer con la orden de su padre Freya la habría mandado a los calabozos donde casualmente perdería los dedos con los que enroscaba su cabello en ese momento.

La princesa gruñó y regresó su atención al libro delante de ella, intentó retomar la línea dónde recordaba haberse quedado pero la voz de su madre la interrumpió.

—¿Tu habitación es la nueva biblioteca, mi Luz de Luna?

Las damas de la princesa reconocieron la voz de la reina rápidamente e hicieron una reverencia tan coordinada que Freya se asombró aunque mantuvo su rostro impertérrito, de esta manera evitaba dos cosas: arrugas y que sus damas pensaran que ya le agradaban. No toleraba a ninguna, en especial Lady Cassia quien podía llegar a ser un gran dolor de cabeza y cuando no se presentó a la hora del té Freya le agradeció a Linnea, la diosa de los milagros, y le rogó por que faltara al día siguiente también, no estaba de humor para lidiar con Lady Cassia en casi ningún día y después de la junta con el rey sería una tortura escuchar la voz de la rubia preguntando por los por menores del viaje de sus padres.

—Mi reina —contestó la princesa en forma de saludo desde su silla con la voz modulada—. Déjennos —ordenó secamente a su séquito de tontas sin dejar de mirar a su madre.

Todas hicieron una segunda reverencia y se retiraron en absoluto silencio.

Una vez solas Freya permaneció callada a la espera de que la reina le dijera lo que fuera que le tuviera que decir, desde el momento en que la reina entró en la habitación y la llamó por aquel apodo en ese tono exageradamente cariñoso supo que la razón por la que había ido a verla no sería placentera, así que cruzó sus manos sobre su regazo y miró a su madre con tal inocencia que pudo ser su mejor interpretación hasta el momento.

Heredera de CenizasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora