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Le costó una hora y media convencer a Wilinthea de devolverle la ropa con la que había llegado al castillo, la doncella no cedió hasta que Lena prometió que se encargaría de que nadie de la nobleza la descubriría con ella en su posesión.

Se levantó antes del amanecer para poder salir del castillo sin inconvenientes, no quería tener que inventarle mentiras para nada creíbles a nadie o escabullirse entre los pasillos con miedo a ser atrapada por el general o el príncipe heredero. Sus acciones podrían malinterpretarse, pensarían que estaba huyendo y eso no era lo que realmente estaba haciendo... ¿o sí?

Lena aceleró el paso aprovechando la oscuridad de la madrugada y con su magia apagó todas las antorchas que alumbraban los corredores que recorría. Ese nuevo truco lo aprendió practicando la noche anterior después de que Henryk se retirara al traerle su cena y amablemente le diera la dirección de Polinne, resultó que no era tan difícil apagar y prender fuego a su voluntad.

Afortunadamente, no había muchos guardias en turno y no le tomó más de diez minutos llegar a las cocinas y abandonar el castillo por la puerta del servicio. Se le hizo un poco extraño que no hubiera nadie vigilando esa entrada. Caminó en silencio durante el tiempo que le llevó entrar al frondoso bosque al costado de la carretera en línea recta que bajaba por la colina del castillo, se fijó dos veces antes de cruzar el corto sendero puesto que no tenía intenciones de convertirse en blanco de los centinelas en la muralla del palacio. Bajo la protección de las copas de los árboles miró hacia las torres del castillo, veía las antorchas de los guardias pero ni una sola señal de vida por lo que Lena buscó la nota donde Henryk le escribió la dirección de la casa de Polinne, prendió una pequeña flama en uno de sus dedos confiando en que las hojas de los árboles serían suficiente para ocultar la débil luz de los ojos de los guardias.

Leyó una vez más los enunciados con las indicaciones de la ruta que debía tomar para asegurarse de que las había memorizado bien. Su plan era lucir como una chica de ciudad desorientada y no como la auténtica turista extranjera que era, puesto que era más probable que hicieran preguntas por la segunda que por la primera. Al llegar a la muralla cinco o seis guardias cubrían la entrada, Lena se ocultó entre los troncos de los árboles y los miró desde la sombras, unos cuantos de ellos veían hacia el camino que llevaba a Heallven, otros platicaban con los guardias del otro lado y uno rezagado hacía del baño junto a un árbol. Le echó un vistazo a la muralla de piedra negra y vio como una pequeña letra de plata brillaba en una roca, se acercó con cuidado de no pisar ninguna rama, se movió silenciosamente entre las risas y bromas de los guardias. No sabía lo que decía aquél extraño conjunto de símbolos pero notó qué podía subir un pie en ella y apoyarse lo suficiente para treparlo, sin embargo debía ser rápida y callada. Se apoyó de otra piedra salida del muro y subió un pie, vio a los guardias y ellos seguían en sus asuntos, buscó por donde trepar y metió su mano a un hoyo entre las rocas para aferrarse y subir otro poco aunque no le calculó bien y su pie resbaló raspando la piedra.

—¿Qué fue eso? —preguntó uno de ellos.

—Debió haber sido un gato —respondió otro con desdén.

Un hombre se acercó a la orilla del bosque y ella se quedó quieta. Sus manos comenzaban a sudar.

—¡Venga, Duke! —gritó otro detrás de él—. Todavía debes ganarme en las cartas o me casaré con tu hermana —los demás rieron y el guardia curioso se dio la vuelta molesto.

—Tus asquerosas manos nunca tocaran a mi Lizzy, dame esas cartas —respondió molesto y se fue.

Lena suspiró y continuó subiendo, al momento de llegar a la cima pegó su pecho a la roca y se fijó que no hubiera nadie antes de saltar. Siguió caminando por el bosque y la luna fue suplantada por el sol de la mañana cuando Lena llegó a las afueras de Heallven con el Castillo de Obsidiana observándola a sus espaldas. Por un momento, un pequeño y rápido momento, se planteó escapar. Ya estaba afuera y nadie la buscaba aún, si era lo suficientemente lista podría colarse en algún barco de comerciantes y desaparecer; sin embargo la amenaza del príncipe se repitió en su mente y su interés por el hombre con el broche de Fénix la detuvo de huir. Ya sabía como escapar, lo volvería a hacer otro día.

Heredera de CenizasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora