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Ambas chicas yacían sobre el pasto viendo hacia el despejado cielo azul, los pies de la plebeya apuntaban hacia el norte mientras que los de la princesa hacia el sur. El caudal del río sonaba a su lado como una tranquila melodía, uno que otro pájaro pasaba volando sobre ellas contribuyendo a la paz del prado.

Lady Kaya giró su cabeza hacia la izquierda para encontrarse con el perfil de la princesa, las pecas resaltaban bajo los rayos del sol y su iris se había tornado en un cerúleo intenso provocando que sus motas verdes se notaran aún más.

Freya sonrió estando al tanto de que la observaba, le devolvió el gesto a la castaña provocando que aquella desviara su mirada hacia el cielo por un segundo antes de regresarla a la princesa apenada de haber sido descubierta.

—Son interesantes, ¿no? —alzó sus cejas un par de veces—. No encontrarás otros iguales en el continente al menos que sean de un Wolfhard —comentó sentándose en el pasto.

—Había oído de ese mito, ¿sabes por qué? —inquirió Lady Kaya despegando su espalda del pasto.

—¿Por qué somos los únicos con los ojos azules? —su amiga asintió—. Bueno, principalmente tiene que ver con el origen de nuestra magia— respondió moviendo un dedo en círculos donde dibujó un delgado aro azulado—. Nuestro poder proviene de las estrellas infinitas con las que el dios Novcar creó el mundo —ella detuvo su dedo sin embargo el aro siguió girando—. A muchos en la familia les gusta que seamos especiales —hizo comillas con los dedos para enfatizar la última palabra y el aro se elevó entre ellas alimentando la curiosidad de la castaña—, a mí me gustan porque me hacen ver más bonita —expresó sin rodeos encogiéndose de hombros y duplicó el aro creando dos anillos ante Lady Kaya.

La castaña intentó tocarlos pero la princesa los movió hacia sus manos y los colocó como pulseras. Lady Kaya sonrió maravillada y unos resplandecientes aretes azules colgaron de sus orejas, al igual que varias mariposas de luz nacieron de la nada.

—¿Cómo lo haces? —extendió el dedo para que una mariposa se posara en su dedo—. ¿Cómo logras que se muevan sin tocarlas? —preguntó con los ojos bien abiertos.

—Sólo se los ordeno —la mariposa se elevó del dedo de Lady Kaya para pararse en la punta de su tiara.

—¿Te conectas a ellas? —Lady Kaya volteó a verla con varias mariposas revoloteando a su alrededor.

—Podría decirse que son una extensión mía —explicó apagando mariposa a mariposa mientras una gran bola de luz se acumulaba en las palmas de sus manos—. Ellas hacen lo que deseo porque vienen de mí —la mariposa en su corona voló hasta la bola para ser consumida por ésta y la joyería de luz que le había puesto a Lady Kaya también desapareció—. Sujétala —le tendió la bola azul a la chica.

La Lady tomó la esfera con lentitud como si tuviera miedo de lastimarse. Freya no podía juzgarla por desconfiar de su pequeña demostración de magia debido a que Bankroft sufría de una repentina escasez de magia desde hacía años por lo que suponía que debía ser la primera vez que Lady Kaya presenciaba algo así.

—Es tan ligera —admiró pasándola de una mano a otra.

—Aviéntala —pidió con una sonrisa al verla juguetear con la bola.

Lady Kaya dudó un poco y al cabo de unos segundos, aún recelosa, obedeció las indicaciones de la princesa. Ambas chicas vieron la bola de luz subir al cielo y transformarse en un león azulado al caer en el pasto. La castaña gritó de la emoción y aplaudió encantada con el espléndido espectáculo que la princesa Freya le estaba montando.

—Luce tan real —Lady Kaya gateó hasta el animal y se arrodilló ante él para observarlo mejor. El animal estaba hecho de luz azul lo que lo hacía translúcido—. Juraría que está vivo si no fuera porque es semi transparente —se atrevió a acariciarle la melena y sus dedos se vieron a través del pelaje.

Heredera de CenizasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora