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Lady Cassia alisó la falda verde esmeralda con bordados jade, se acomodó la joyería cerúlea y dorada, miró una vez más a través del espejo los fénix colgando en sus orejas para asegurarse de que no se habían movido y finalmente recogió su rizada melena justo como acostumbraba hacerlo desde pequeña. Dos finas trenzas que iniciaban a los costados de su cabeza y que se unían por detrás con un ancho mechón para formar un chongo sobre el cabello suelto, su madre siempre había elogiado lo bien que le quedaba ese peinado.

Hace unos días recibió la carta en la que le notificaban que adelantarían su llegada a la capital, era la primera vez en muchos años que la visitarían en el Castillo de Obsidiana por lo que sus nervios estaban a flor de piel.

—La caravana de los Lords de Quogos ya entró a la ciudad, milady —avisó su doncella con la mirada clavada en sus pies.

—Revisa que su habitación esté lista, no quiero problemas —se levantó de la silla frente al espejo.

—La preparé esta misma mañana, milady —respondió sin levantar su vista.

Lady Cassia elevó su barbilla orgullosa de la morena y con un ademán desdeñoso le dio permiso para retirarse. Salió de sus aposentos y bajo un paso apresurado se dirigió a la entrada principal del Castillo de Obsidiana, estaba ansiosa por volver a ver a su hermosa madre y abrazarla con la misma intensidad con la que la había extrañado.

Los guardias abrieron las puertas por ella y a lo lejos, debajo del sol de medio día pudo divisar los caballos color mantequilla y pelo blanco pertenecientes a su familia, sonrió de oreja a oreja emocionándose al pensar en la oportunidad que tendría de montar uno de ellos otra vez. Después de más de una década apartada de su hogar por fin un pedazo de Quogos lograba llegar a ella. La caravana cruzó rápidamente el camino que conectaba a la ciudad con el palacio y el carruaje en el que viajaban sus padres se detuvo ante ella convirtiendo sus nervios en náuseas.

¿Y si ella no era lo que su mamá esperaba? ¿O si había preferido creer en los rumores sobre su posible inexistente virginidad? ¿Sería esa la razón por la que dejó de enviarle cartas? Una parte de la rubia no quería creerlo pero prácticamente creció alejada de su familia así que le decepcionaría pero no le sorprendería si su madre se había inclinado por escuchar a otros en lugar de creerle a ella.

Su respiración se detuvo al ver un alto y fornido hombre vestido con el azul del mar bajando del carruaje de un brinco. Notó como el aire de superioridad que emanaba de él acaparaba cualquier rasgo ajeno al Lord mientras se acomodaba la casaca de piel antes de extenderle la mano a la mujer que traía un atuendo a juego con el de su marido para ayudarle a bajar del carruaje.

Los rayos del mediodía recayeron sobre las tres cabezas rubias haciéndolas lucir justo como el oro puro demostrando al mundo que la segunda familia más poderosa de Morttland por fin había logrado reunirse.

—Lady Cassia —la saludó su padre con la voz más varonil que hubiera escuchado, incluso desde su perspectiva, más gruesa e imponente que la del mismo rey.

La muchacha se acercó a ellos en silencio y les otorgó una reverencia con las piernas temblándole pero sin retirarles la mirada. Admiró el fornido cuerpo de su padre y la asombrosa figura de su madre que le ayudaba a aparentar menos edad, confirmando el mito sobre su familia en la corte, los De'Ath nunca serán gente sin belleza.

—Mis señores —dijo retomando su postura recta.

Lady De'Ath sin previo aviso jaló a su hija de la mano para envolverla entre sus brazos, Lady Cassia se enterró en el abrazo de su madre como una niña pequeña y percibió de nuevo el perfume de rosas que había olvidado conforme el paso de los ciclos.

Heredera de CenizasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora