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Lena levantó las manos en la posición defensiva que Skandar Dankworth le había enseñado minutos atrás, sus puños estaban a la altura de su pecho, listos para atacar cuando su entrenador se lo ordenara. El cielo comenzaba a pintarse de un azul grisáceo anunciando el próximo amanecer, las aves aún no habían dado ni sus primeros cantos para cuando ellos ya habían calentado y hecho un par de ejercicios físicos. La noche anterior Skandar le ordenó mediante una nota que llegara antes sin decir porqué, aunque Lena lo descubrió en cuanto entró a la Sala de Entrenamiento y Skandar comenzó a explicarle todo lo que harían ese día. Se escuchó tan agotador que Lena rezó a los dioses que la ayudaran a resistir.

Lena resopló en un intento por apartar un par de cabellos que le caían en la cara mientras aguardaba pacientemente la orden de ataque de su entrenador, podía sentir aquellos ojos grises estudiando cada músculo de su cuerpo y analizando su postura con detalle, y al cabo de unos segundos el chiflido que había estado esperando sonó. El puño de la castaña salió con fuerza al torso del maniquí aunque lo único que logró dañar fueron sus propios nudillos, la mueca de dolor se adueñó de su cara y se miró los raspones de la mano con un poco de lástima pero evitó hacer cualquier sonido que evidenciara cuánto le dolía.

Skandar la miró con desaprobación y se cruzó de brazos, cansado.

—Te dije que debías hacerlo con el puño bien cerrado —la reprendió mientras ella se sobaba la mano rápidamente, sus dedos empezaban a acalambrarse.

—Es lo que hice —rezongó volviendo a enroscar sus dedos y a colocarse en posición de ataque.

—No, es evidente que no lo hiciste —espetó amargamente—. Repítelo, y esta vez haz que mi tiempo valga la pena —por el tono de su voz ella supo que estaba comenzando a colmar su paciencia y con justa razón, ya que por mucho que lo intentara Lena no había logrado concentrarse desde que puso un pie en aquella sala y ya no podía disimularlo.

Lena tomó aire tratando de serenar su mente, realmente se esforzó por dejarla en blanco aunque le fue imposible, seguía dándole vueltas a los los fénix que colgaban de los aretes de Lady Cassia el día anterior. En el instante que los vio adornando sus orejas reconoció la figurilla e intentó convencerse durante toda la comida que debía estar confundida pero en cuanto la rubia se fue Lena corrió hacia donde había escondido el broche, removió la tabla floja del armario y analizó la pieza; la ansiedad la invadió al comprobar que pertenecían a un mismo juego de joyería, soltó la pieza de golpe y se abrazó a sí misma en un intento pobre por consolarse. Era como si ese maldito pájaro la estuviera acechando, dejándole saber que estaba cazándola, que ella era la siguiente en su lista, y no descansaría hasta tenerla bajo el filo de su espada, tal y como lo había hecho con sus padres anteriormente.

El General dio la orden y el golpe que lanzó lleno de ira se clavó justo en el centro del emblema real pero aún así no consiguió la aprobación de Skandar Dankworth y sus nudillos le crujieron nuevamente. Regresó a la posición de ataque aguardando nuevamente para recibir la señal y, sin notarlo, apretó aún más los puños mientras pensaba y pensaba y no hallaba alguna explicación coherente del porqué Lady Cassia y su carnicero matarían a sus padres. En un segundo se le inundó la cabeza de posibles teorías aunque cada una era tan descabellada como la otra, estaba en territorio desconocido y necesitaría ayuda. El hombre de ojos grises dijo algo pero su voz no fue reconocida por ella, Lena se distrajo con el ardor en las palmas de sus manos... se había clavado las uñas en la carne de lo fuerte que había apretado los puños. Un golpe directo a su boca entró en su campo de visión dejándola apenas con el tiempo suficiente para retroceder y evitar que le destrozara los dientes.

Heredera de CenizasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora