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Lena terminó de ajustarse las botas y se colocó junto a Skandar quien la esperaba en el umbral de la puerta de cristal, aguardando por la carrera que ayudaría a las piernas de la chica a adquirir fuerza.

—Cuando digas, entrenador —apretó su trenza.

—Antes de salir quiero asegurarme de que realmente me hayas escuchado —la volteó a ver con severidad—. Repíteme el plan en caso de que alguien nos vea —ella rodó los ojos.

—No es necesario, sí presto atención cuando me hablas —Skandar se cruzó de brazos obligándola a cumplir con su orden—. Lady Kaya te desafió a una carrera y tú como el buen hombre que eres no te atreviste a llevarle la contraria a una dama —recitó con una pizca de molestia—. ¿Ya podemos empezar? —insistió con impaciencia mientras él asintió complacido.

—Si vomitas otra vez, no me detendré a ayudarte —le advirtió tronándose los huesos del cuello.

—Nadie te está pidiendo que lo hagas —respondió con sinceridad.

El León de Hierro elevó una de sus comisuras y dio inicio al calentamiento de esa mañana fresca de verano. Trotaban casi al mismo paso puesto que Skandar no quería perderla de vista, no porque ella fuera a escapar sino porque la escena en la que la halló el día de ayer en la biblioteca todavía estaba presente en la mente del castaño al igual que el calor que sintió al estar junto a ella durante su rabieta.

Skandar no sabía exactamente por cuál razón ese lazo de magia que emanaba involuntariamente de ella lo había guiado hasta Lena y mucho menos entendía cómo es que siempre terminaba haciéndole caso. De hecho seguía preguntándose qué tipo de magia sería, sólo unos pocos conservaban ese don actualmente y en la mayoría de los casos se encontraban en las grandes Casas de todos los reinos.

—¿Quiénes son tus padres? —preguntó sin pensar sus palabras.

Lena lo volteó a ver con el ceño fruncido mientras unas gotas de sudor resbalaban por su frente. El General se arrepintió de no haber ideado una mejor manera de iniciar una conversación que le proporcionara esa información de una forma más casual.

—Quiero decir, si tienen una vocación —añadió rápidamente tratando de arreglar su error.

Skandar supuso que lo ignoraría al cabo de unos largos segundos de silencio hasta que pronunció la primera palabra.

—No, ninguna en especial —la chica esquivó una rama de árbol antes de tomar aire —, aunque mi madre sabía cocinar y tejer —dijo con su semblante sumergido en la confusión—. ¿Por qué? —los ojos de la chica cayeron sobre los de él haciéndolo sentir expuesto.

—Por nada —su corazón se aceleró y Skandar le echó la culpa al ejercicio.

—¿Tus padres también eran soldados? —la pregunta de Lena lo distrajo y si no hubiera sido por sus hábiles pies, el pasto y su cara se habrían encontrado.

El general dudó en si debería confiarle una parte esencial de su pasado debido a que apenas conocía a la chica y el carácter volátil que le había demostrado durante los últimos días no le inspiraba la confianza suficiente para contarle nada tan personal acerca de su vida, sin embargo él fue el que trajo ese tema a la luz y sería muy incongruente de su parte negarse a responder así que en contra de sus deseos habló.

—El sacerdote nunca me dijo quién era mi padre y mi madre murió durante el parto —confesó manteniendo la vista en el camino.

—Si fuiste entregado a un monasterio para convertirte en un mensajero de los dioses, ¿cómo terminaste siendo Skandar Dankworth, el gran León de Hierro que comanda a la legión del norte? —la chica enarcó una ceja aunque él seguía con la mirada hacia el frente agradeciéndole a Linnea por desviar la atención de Lena hacia otro tema que no fuese su familia.

Heredera de CenizasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora