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Sus pies se movían lo más rápido posible sobre las calles empedradas, eran demasiados como para darse el lujo de enfrentarlos sola no podía arriesgarse a usar su magia y quedar expuesta ante la ciudad entera, en cuanto la gente viera el fuego emanar de sus manos no se tomarían el tiempo de escuchar su historia antes de mandarla a la horca.

Dio vuelta en una esquina implorándole a los dioses que le enviaran a alguien que la ayudara o aunque sea la guiaran a un lugar donde pudiera esconderse pero sólo dio con otra calle vacía.

—¡No tiene caso que corras! —gritó uno de ellos—. ¡Te cansarás pronto y aun así tu corazón acabará entre nuestros dientes! —rieron.

Lena extendió su brazo hacia atrás y los atacó con un par de flamas que ni siquiera se preocupó en apuntar, sabía que si se daba el tiempo de voltear a verlos perdería la diminuta ventaja que tenía sobre ellos.

Se dirigió hacia un estrecho callejón en el que sólo entraba una persona a la vez, de esa forma los obligaría a pasar en fila y no en avalancha tal y como la venían persiguiendo. La falda comenzó a estorbarle, se le atoraba entre las piernas impidiéndole moverse con agilidad. Gritó cuando uno de los perros jaló su capa para detenerla y a pesar de que las piernas de Lena se le doblaron, sus manos fueron más rápidas y se deshizo de la prenda.

La capa cayó sobre el perro cubriéndolo en su totalidad, el resto brincó sobre él esquivándolo mientras Lena se acercaba más a la salida de ese callejón. Los pies de la castaña ya estaban cediendo ante el cansancio, su corazón le palpitaba en los oídos al mismo tiempo que los ladridos resonaban en su cabeza.

Le faltaban unos cuantos pasos para desembocar a la avenida transitada por la que había venido, creyó que los dioses le iban a permitir vivir un día más hasta que sintió un empujón acompañado con el filo de los colmillos del gigantesco mastín en uno de sus hombros. Lena salió del callejón rodando en una gran maraña de perros y tierra.

Se puso de pie apenas logró recobrar sus cinco sentidos, volteó hacia el par de perros que la tiraron y que ahora eran hombres. Vislumbró a los otros seis no tan lejos de ellos por lo que no dudó en volver a correr empujando a cualquiera que le estorbara, vio sobre su hombro y no encontró a ninguno de sus perseguidores, frunció el ceño y para cuando regresó la vista al frente derrapó con un charco.

Por un momento el sol se apagó y luego brilló en todo su esplendor, la espalda le dolió hasta los huesos y ni se diga el mareo que padeció su cabeza.

—Te ofrecería una mano pero luces tan deliciosa ahí abajo —Lena reconoció la voz del chico moreno.

—Tócame... —tosió— y serás cenizas —amenazó incorporándose en el suelo con los ojos entrecerrados debido que aún estaba sensible a la luz.

—Tú y yo sabemos que no puedes hacer eso —Lena quiso levantarse pero tres perros con saliva resbalando de sus dientes le gruñeron.

La castaña observó a su alrededor y por lo visto la gente del barrio pobre de Heallven eran buenos huyendo de los problemas, la avenida tremendamente abarrotada se había transformado en un auténtico desierto.

—¿Qué les prometió Polinne? —demandó saber dirigiendo su vista hacia cada uno de ellos—. ¿Y qué tiene que ver conmigo?

—Ya me cansé de oír tantas preguntas —el moreno sacó un cuchillo de la funda que colgaba de su cintura.

Lena se preparó para protegerse o de huir si la oportunidad se le presentaba nuevamente sin embargo el filo de una espada atravesó el pecho del moreno, ella le arrebató la daga de la mano y se lo clavó en el cráneo al perro más cercano a ella. El moreno cayó de rodillas junto a ella revelando al protagonista de su asesinato.

Heredera de CenizasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora