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Por mucho que se esforzaba Lena por imitar el andar de las demás damas de la corte sus pisadas no lograban ser tan cautelosas como las de ellas, lo que la hacía pensar que se veía ridícula intentándolo. Junto a Wilinthea estuvo analizando desde su balcón cada detalle sobre las ladies que paseaban en los jardines, a pesar de que Lena ya no se encorvaba todavía seguía sin alcanzar la caminata perfecta por lo que la anciana antes de retirarse al resto de sus deberes del día le había prometido darle doble postre durante una semana si lograba caminar como ellas en menos de dos días, Lena ignoró el hecho de que la estaba premiando como a un perro y aceptó el reto. Debía entretenerse con algo si no tenía a nadie con quien hablar, Skandar no contaba, últimamente solo le hablaba para darle órdenes o burlarse de ella (lo que casi siempre acababa en peleas). Lena era capaz de reconocer que se parecían, ambos padecían de poca tolerancia y de un muy mal humor por las mañanas.

La castaña movió sus hombros hacia atrás cuando notó que estaba empezando a jorobarse por andar divagando, parpadeó un par de veces para volver a concentrarse pero Henryk ya la estaba viendo con una mueca y ella se obligó a regresar al inicio del pasillo. Debido a que las respetables damas de la corte suspiraban (gritaban) cada vez que el escuadrón de Skandar corría junto al río, tuvo que buscar otro lugar donde ensayar que no fuera su balcón y dado que la Biblioteca Real siempre estaba vacía decidió que era el lugar perfecto nada más que el único detalle era que no había espejos donde observarse entonces se vio obligada a utilizar a Henryk como su juez.

—Lo siento, Lady Kaya —dijo desde el extremo contrario del pasillo.

Lena ya había dejado de discutir sobre los títulos con él mientras no la llamara milady. La chica no toleraba tal palabra, le parecía tan pedante.

—No te disculpes, fue culpa mía—habló volviendo a su posición—. Va de nuevo.

Retomó la caminata sin embargo las sandalias ya le molestaban de tantas vueltas que había dado por ese corredor, sus dedos comenzaban a arder y sus talones a hincharse. Le costaba creer que todas las damas caminaran tan perfecto sin que les doliera alguna parte del cuerpo. Resopló. Que los dioses se apiadaran de ella si Wilinthea la obligaba a aprender los bailes de la corte.

Lena se detuvo a varios metros de Henryk para aflojar los hombros ya que se estaba tensando y se regañó a sí misma, no entendía porqué para su cuerpo le era tan difícil mantener una postura. Nadie en el Castillo de Obsidiana creería que ella era una Lady si no comenzaba a comportarse como tal, la princesa ya se lo había dicho y no todos se tragarían sus excusas como, ilusamente, Freya lo había hecho. Por un instante se preguntó si valdría la pena seguir practicando, si toda la corte dudaba de su sangre noble... ¿ella sería puesta en libertad o el príncipe heredero la encerraría en los calabozos? Hizo a un lado aquel pensamiento y prosiguió con su caminata un par de pasos más hasta que varios aplausos pausados se escucharon a sus espaldas. El guardia no tardó en hacer una reverencia y ella giró sobre sus talones para después secundarlo. La colonia tan peculiar del príncipe llegó a su nariz y la disfrutó, no era extravagante ni irritante... era como oler el rocío en la mañana posterior a una noche de lluvia, refrescante.

—No pensé encontrarte aquí —dijo el príncipe con ambas manos detrás de la espalda y con la espalda tan recta que Lena le tuvo envidia.

—Qué raro, ¿qué hará una cuidadora de libros en una biblioteca? —respondió con sarcasmo y el príncipe heredero sonrió.

Fionn hizo un gesto desdeñoso con una mano pero pronto Lena entendió que no era para ella sino para el guardia a sus espaldas, quien ya había desaparecido del corredor en menos de un suspiro.

—Acordamos que tus horas de libertad serían en el jardín —repuso el heredero acercándose a ella con pasos tambaleantes.

—Tenía intenciones de cumplir con el acuerdo pero las damas de esta excéntrica, admirable y respetable corte hicieron que eso cambiara el día de hoy —continuó con el sarcasmo—. Son bastantes... —buscó en su cabeza la palabra más elegante que encontró —. afectuosas con los soldados semidesnudos que corren cerca del río.

Heredera de CenizasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora