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...

—¿Qué tal?

Alzo mis brazos como si estuviera volando y giro, Lauren chista la lengua.

—No, es demasiado funeral además te deja demasiado blanca, créeme.

—Bien, creo que queda uno último.

Vuelvo al vestidor y así es, queda un último vestido.

Es blanco y fino, me lo pongo.

Es un poco sobre la rodilla de largo, poco escotado y con lentejuelas en la parte de la cintura el toque le da una fina capa blanca que llega hasta el suelo, parezco una heroína, una novia.

Hace que mi cabello parezca fuego.

—Guau... pareces una diosa, literalmente.

Sonrío, me gusta el vestido me gusta mucho en realidad, demasiado.

—Entonces me quedaré con este.

—Al fin.

Con Lauren no tuvimos problemas ya que tiene un cuerpo envidiable y todo lo que se pone le queda a la perfección, eligió un vestido tubo color verde musgo, que resaltaba todas sus curvas mientras que conmigo tuvimos que esperar más de una hora para encontrar el ideal y ni siquiera me deja con curvas aunque ella está un poco más rellenadita, pero no se lo dije.

No es envidia, es resentimiento con la pubertad.

—Nos vemos mañana a las ocho de la tarde, ¿Ok?

—Ok, que descanses.

—Mañana hay mucho por hacer.

Nos abrazamos y salgo del auto, no miro atrás ya que la culpa me invade y si lo hago empezaré a llorar.

Soy una idiota, imbécil, despiadada, egoísta...

Escucho un sonido de entre los árboles, giro mi cabeza cual poseído hacia el sonido.

Achino los ojos.

Nada.

Trato de calmar mi respiración, últimamente me altero por cualquier cosa.

Entro en casa y encuentro a Andrea con mamá viendo televisión.

—Hola.

Ellas me devuelven el saludo y subo a mi habitación.

Después de tomar un largo baño me pongo el pijama y es cuando un frío recorre por todo mi cuerpo.

En mi mesita de noche, al lado del florero que hice en la secundaria se encuentra un frasco, con una nota roja.

Oh no... oh no, no, no, no, no, no, no, no, no...

Por favor no.

Suspiro frustrada mientras tomo el frasco y leo la nota.

La Emperatriz de sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora