Mi más grande sueño se volvió realidad, conocí a Alan Rickman pero hay un problema, a pesar de la creencia popular él no es para nada amable, al menos no conmigo, ni siquiera me dirige la palabra. Haré lo imposible con tal que me hable.
-Demasiado tarde para quejarte el juez está abajo.- Terminé de maquillarme.
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-¿Quién en su sano juicio decide casarse en fin de año?- Volvió a replicar.
-Alguien que tiene los días contados.- Seguí arreglandome.
-Daría mi vida a cambio de alargar la de Alan, lo digo enserio.- Me miró por el espejo.
Los ojos me comenzaron a arder.
-La vida no es justa, ya me acostumbré -dije fríamente- ahora súbeme el cierre.-
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Tras un suspiro melancolico se terminó la enésima copa de champagne y se puso detrás mío.
-Querida tienes una figura de infarto, ¿cuál es tu secreto?-
-Hago lo que todos Thompson, llevo una dieta balanceada acompañada de ejercicio moderado sin olvidar el casi morir desangrada a semanas de haber dado a luz.- Terminé de ponerme los pendientes.
-Te faltó añadir el estrés de ser mamá y tener a un marido moribundo.-
-Menos mal que te tengo para encontrarle humor a la situación.- Giré los ojos.
-Venga ya, si no le encuentro lo divertido a toda esta mierda terminaré destrozada. Ahora date vuelta.- Me puso frente a ella y contuvo el aliento.
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-¿Tan mal me veo?- Dije preocupada.
-Si Rickman no se queda contigo yo si te voy poniendo casa.- Me beso ambas mejillas.
Sonreí internamente. Tomé el ramo entre mis manos y baje por las escaleras para encontrarme con mi amado al son de la marcha nupcial.
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