Capítulo 2

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Cuando Asbel empezaba a disfrutar por primera vez de su sueño, unos fuertes relámpagos terminaron interrumpiendo su pesadilla. La tormenta ya había comenzado a hacer de las suyas, y por la ventana, que se encontraba lista para dibujar vahos con los dedos, la lluvia anegaba la tierra. Adentro, las primeras goteras llegaban con algo de retraso, eso le daba tiempo para poner los baldes. 

El nombre de su tío retumbó en su mente, por lo que su curiosidad súbita hizo que dejara su cómoda cama y fuera a la de su tío, que yacía separada con una cortina harapienta. Al abrirla, su lecho yacía más tendida y limpia que la de un aristócrata. El rostro del muchacho mostraba los primeros indicios de preocupación, al saber que la bebida y su tío eran una combinación explosiva. Sus pensamientos se interrumpieron al oír unos quejidos afuera: era Wally. 

Asbel se acercó dubitativo hasta la puerta que parecía resistirse a cooperar con él, pero con un par de sacudidas cedió y, poniendo sus pies en la entrada, contempló el paisaje brumoso que le cegaba la vista. A pesar de eso, divisó a su tío muy ebrio bajo el toldo de madera que servía para dar descanso a su holgado cuerpo. Solo estaba a cinco metros de llegar a la choza, pero, en esas condiciones, los metros se convertían en algo más que kilómetros. Ahí estaba Wally tratando de caminar sin derrumbarse. Con ese equilibrio, sus dos piernas le eran insuficientes para esa tonelada que llamaban tío. 

—¡Tío! ¿¡otra vez!? —gritó Asbel, pero el agua, que caía de los tejados, opacaba su débil voz. 

El pasmarote de Wally se había olvidado de cómo caminar y, como consecuencia, de un paso mal ejecutado, resbaló y se desmoronó en medio del lodazal, llevándose al suelo un gran golpe en el brazo izquierdo, con la madera que sostenía el toldo. Otro golpe más de los tantos que llevaba consigo sin tener que llegar al hospital. Su cráneo se mantenía a salvo de los sopapos, aunque no lo usara demasiado. 

—Ahora es el brazo... —exclamó Asbel recordando con nostalgia su anterior caída. 

Mientras su tío yacía tendido en su cama de lodo, Asbel se tomó su tiempo para abrigarse, ponerse sus manoplas, y así evitarse un catarro que pudiera languidecer la pobre billetera de Wally. Bien preparado, Asbel salió a socorrer al borracho que ya roncaba acurrucado en el lugar menos adecuado para dormir. Su movimiento maquinal y, sumido bajo los efectos del alcohol, mostraban a un hombre torpe y alcornoque. 

—Tío, ¿¡en qué establo fue la fiesta!? —preguntó Asbel con desdén. 

—¡Dónde está mi sangre! —refunfuñó Wally en alusión a su amigo. 

—¡Tío, esta no es su cama, levántese! —exclamó Asbel tirándole del brazo, pero fracasando rotundamente. 

Estaba demasiado ebrio como para ponerse de pie con una simple orden, a no ser que viera una botella con su elixir favorito. Ante su negativa de levantarse, su sobrino tuvo una gran idea: cogió un poco de agua de lluvia, y se la echó en toda su grasienta cara para hacerlo reaccionar; cosa que funcionó. 

—¡Yo no hice nada! —dijo Wally semidormido y sosteniendo su mano castigada. 

Con la ayuda de su sobrino, el semidormido de Wally empezó a levantar su cuerpo de rinoceronte alcohólico. En ese estado, hacía falta una grúa para llevarlo hasta su cama. Por fortuna, Wally llegó a la puerta sin recibir otro golpe. 

Tras poner un pie dentro, su tío dejó caer su pesado y zarrapastroso cuerpo en el frío piso de cerámica y, quedando adormecido por la borrachera, se echó a dormir por segunda vez, pero con medio cuerpo afuera. Asbel soltó un quejido de molestia ante tal escena; una más en la larga lista. Se acercó a él y comenzó a introducirlo a rastras a la casa: meterlo fue como arrastrar dos bolsas de piedras. La otra mitad de su cuerpo, mojado y enlodado, quedó completamente dentro de la casa. Cerró la puerta y se recostó en su cama rogando al cielo para que su tío no se despertara, pero eso era poco probable. 

—¡Mierda, qué hambre tengo! —gruñó su tío que yacía con los ojos semiabiertos. 

—Ya no hay estofado, solo el mejunje que es para los cerdos —contestó Asbel hastiado. 

—¡Quiero ser un cerdo! —protestó Wally con exabrupto y a punto de romper algo. 

—Pues, ya no le falta nada... 

—¡El hambre me va a comer! 

—¡Déjeme dormir de una vez, tío! —gritó Asbel y le dio la espalda a sus quejas. 

—¡Mi colega me dijo analfabeto! 

—No espere que yo diga lo contrario... 

—Ya me han dicho torpe, palurdo, cenutrio, badulaque, cernícalo, cavernícola, mostrenco, ignorante, esperpento, aborto viviente, zángano, marmota, amondongado, zoquete, desgarbado, patán, mentecato, arlequín, mamarracho, monigote, pusilánime, fantoche... 

—Mañana me cuenta más, tío. Ahora a dormir 

El pedido de Asbel por conciliar el sueño fue denegado por su ebrio tío que, desde el piso y con los ojos cerrados, soltó un eructo prolongado y luego inició un soliloquio compuesto de frases incomprensibles a gente de su entorno. Se lamentaba, mediante groserías de todos los colores, la vida miserable que le había tocado vivir. Asbel cogió la almohada y se tapó las orejas antes de que las paparruchas de su tío lo volvieran loco a temprana edad. 

Al cabo de unos largos minutos, Wally cerró la boca y soltó un eructo: así daba por concluida su noche de desahogo nocturno. Ver a su tío cerrar los ojos era un alivio, pero que roncara hacía que el alivio saliera huyendo. Asbel no tuvo más remedio que cerrar los ojos y esperar la luz del sol sobre su rostro.

Insecto letal ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora